
La política tiene sus rituales. Uno de los más antiguos es la frase que asegura la continuidad: muerto el rey, viva el rey. Es el modo en que una comunidad reconoce el fin de un ciclo y, sin llorar demasiado, abre paso a lo que sigue.
El peronismo actual rompió hasta esa regla básica. Tenemos un rey muerto que se niega a admitirlo y una corte que, por miedo a la jubilación política, finge que todavía está vivo. Cristina Kirchner fue central en la historia reciente: gobernó, marcó agenda, construyó poder. Lo que tenía para dar ya lo dio. No se le puede exigir más. El problema es que ella no quiere aceptarlo. Y sus cortesanos, dependientes de su lapicera, tampoco.
El resultado es grotesco: un culto a la inmortalidad política donde el rey sigue “reinando” aunque ya no convoque, y la corte repite letanías de lealtad que sirven más para preservar su propio sillón que para interpretar al pueblo. Es una retroalimentación perversa: un liderazgo agotado sostenido por aduladores que no tienen más proyecto que sobrevivir.
En el medio, el pueblo queda borrado. La sociedad pide futuro, pero recibe pasado. Reclama soluciones a problemas reales, pero recibe relatos sobre glorias pasadas. Y mientras la gente mira hacia adelante, el peronismo se mira al espejo, aferrado a un ciclo que terminó hace rato.
Perón entendió que la política es cambio. Que lo esencial no es eternizar liderazgos sino garantizar la sucesión. Hoy el peronismo hace lo contrario: se aferra a lo viejo como si negar la realidad fuera suficiente para revertir derrotas. El resultado es una especie de mausoleo político que, como tal, luce vetusto a los ojos de las nuevas generaciones: rey muerto, corte viva… y pueblo ausente.
Porque si no hay sucesión, no hay movimiento. Y si no hay movimiento, no hay futuro. Solo queda la foto de un pasado glorioso convertido en estampita.
Porque repito, en política la regla es clara: muerto el rey, viva el rey. Si el peronismo no lo entiende, corre el riesgo de convertirse en la excepción más trágica de la política argentina: un movimiento que nació para transformar, pero que envejece sin sucesión. No será que el peronismo muera: será peor. Será el único espacio político donde muerto el rey no vive nadie
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(*) Fernando Lapadula
Abogado peronista. De trayectoria principalmente en el ámbito privado, ha sido autoridad del Colegio Público de Abogados y asesor en varias ocasiones en casas legislativas. Encarna un legado familiar con el compromiso por la equidad.
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