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Más de la mitad de los adolescentes miran el celular mientras comen

El uso del teléfono en la mesa afecta la comunicación interpersonal en una instancia clave de integración del grupo familiar. Además, el 14,8 por ciento de adolescentes entre 13 y 17 años usan la computadora mientras comen.

En una tendencia que crece en los últimos años, las pantallas interfieren en las tradicionales instancias de encuentro familiar.

Según un relevamiento de la UCA, móviles y hasta equipos de videojuegos compiten con los cubiertos en la mesa. Qué dicen los especialistas.

Los dispositivos electrónicos móviles, también llamados sintéticamente “las pantallas”, por la parte de su estructura en la que reside su principal atributo, se han colado en la mayoría de las instancias de la vida cotidiana, hasta ser, para muchos, una verdadera interferencia.

Su uso se ha convertido en un factor de riesgo en la conducción de vehículos; para muchos afecta el diálogo y el intercambio cara a cara; para los docentes, es tema de discusión en clase; y también han disminuido las horas de sueño.

Un estudio demuestra ahora que están cada vez más presentes en la mesa familiar. Según datos de la Encuesta de la Deuda Social Argentina (Edsa), realizada por la Universidad Católica Argentina (UCA), el 51,4 por ciento de los adolescentes (más de la mitad) utiliza el celular en la mesa.

 

Celular y TV

Pero la del teléfono móvil no es la única pantalla que compite por espacio con los cubiertos. El informe señala que el 14,8 por ciento de los adolescentes de entre 13 y 17 años y el 9,5 por ciento de los niños de entre 5 y 12 años, usan la computadora mientras comen.

La pantalla televisiva también conserva un lugar de privilegio. En la cena, que según el trabajo es la principal comida en familia para los argentinos, el 93 por ciento de los niños de entre 2 y 17 años sólo conversa con su familia y sus pares; pero el 81 por ciento, además de hacer eso, mira televisión.

Estos datos corresponden al promedio nacional, pero los comportamientos varían en función de los cuatro distritos que abarcó el relevamiento: Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Conurbano bonaerense, otras áreas metropolitanas (Córdoba, Rosario, Mendoza y Tucumán, juntas) y el resto urbano del interior del país.

Por ejemplo, mientras en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires la proporción de adolescentes de entre 13 y 17 años que mira televisión mientras come se reduce al 68,7 por ciento; en la suma de las áreas metropolitanas de Córdoba, Rosario, Mendoza y Tucumán, este número asciende al 79,5 por ciento, y en el conurbano bonaerense, al 87,8 por ciento. En tanto, el uso del celular en la mesa en ese segmento etario se eleva al 57,6 por ciento en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, pero cae al 41 por ciento en el grupo conformado por las áreas metropolitanas de Córdoba, Rosario, Mendoza y Tucumán.

 

Riesgos

Los médicos afirman que el acto de comer debería merecer mayor concentración. En cualquier edad, pero sobre todo en las franjas etarias de mayor vulnerabilidad, como la de los niños, uno de los riesgos de la dispersión es la asfixia por cuerpo extraño.

“El grupo de mayor riesgo de aspiración o ingestión de cuerpos extraños son los menores de 4 años, aunque todas las edades pueden sufrirla”, alerta el médico argentino Hugo Rodríguez, miembro del proyecto internacional Susy Safe Project, un consorcio de profesionales de distintos países que concentra datos y realiza campañas de prevención sobre el tema.

«El uso del celular mientras se come es más frecuente en los estratos medio y medio alto, pero es un fenómeno que atraviesa a todas las adolescencias. Mientras que jugar es algo más habitual en los estratos sociales más bajos. Y, la televisión prendida está algo menos presente en la mesa familiar del estrato medio alto (71,8%)», dice el informe.

“De por sí, el uso de pantallas al comer no es una buena conducta y hay que destacar que los cuerpos extraños orgánicos, es decir, los diferentes alimentos, son los que más frecuentemente producen eventos de aspiración o ingestión”, añadió. Advirtió, además, que cuando los niños menores de 4 años comen no deberían reír, correr o jugar y deberían estar supervisados por un adulto en forma activa, lo cual implica –explicó– que se les preste atención en la mesa.

Por su parte, la nutricionista Luciana Pasqualis hace hincapié en el aspecto integral, en las múltiples dimensiones que implican el acto de comer en familia. “El momento de la comida es una experiencia sensible en la que están involucrados todos nuestros sentidos”, apunta. Y completa: “El hecho de que los niños estén conectados al mundo virtual, paradójicamente, los desconecta del acto alimentario”.

 

Epidemia

Para la especialista, la interferencia de los dispositivos móviles en esta experiencia tiene que ver con una epidemia que se está registrando a nivel mundial. “La presencia de las pantallas en la mesa familiar forma parte de lo que denominamos ‘un ambiente obesogénico’, asociado a una mayor prevalencia de obesidad y enfermedades crónicas no transmisibles en los niños”, describe.

Pasqualis recalca, asimismo, que para que los individuos tengan una alimentación saludable y disfruten de ella, deben ser conscientes de lo que comen, lo que incluye “percibir los aromas, los sabores, los colores, las texturas y las cantidades de los alimentos consumidos”. El comportamiento de los niños en la mesa es un dato clave, porque –dice Pasqualis– “los hábitos de la infancia determinan nuestra alimentación en el futuro”.

 

Factores emocionales

El acto de comer, y más aun cuando se realiza en un entorno afectivo, no se reduce a la incorporación de nutrientes. Para la psicóloga Verónica Sipowicz, “la comida compartida en familia es también el momento en el que cada integrante cuenta sus vivencias del día”. Es, asimismo, –dice– una instancia de formación: “Se aprende a escuchar, a esperar el turno para hablar, y a sostener un diálogo”.

Sipowicz, especializada en niños y adolescentes, considera que este encuentro permite mejorar la comunicación entre padres e hijos y fortalece el vínculo, “aunque ello incluya discusiones o desacuerdos”. En él, añade, “se transmiten valores, costumbres y normas de padres a hijos”. Destaca que una conversación cara a cara y sin interferencias genera una mejor conexión, al promover la intimidad y el acercamiento entre los miembros. Y, en ese sentido, alerta: “Las tecnologías ayudan a mejorar la vida de las personas, pero su uso excesivo, o en momentos incorrectos, puede ser perjudicial e invadir la comunicación”.

Sin embargo, aclara que es falsa la idea de que sólo los niños distraen su mirada hacia las pantallas. “Es habitual que las familias cenen con el televisor prendido, o con sus integrantes utilizando sus tablets o celulares”, afirma. “Los padres protestan porque los niños o adolescentes no se separan de sus dispositivos móviles pero, contrariamente a lo que se cree, los menores también se angustian porque durante las comidas sus papás están más pendientes de los teléfonos que de ellos”, concluye.

La hiperconectividad ha afectado los tradicionales espacios de encuentro interpersonal y, con ello, se ven resentidos hábitos saludables de vida. Para los expertos, este impacto repercutirá en distintos aspectos asociados a la calidad de vida.

 

(Fuente: La Voz)

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