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En el mundo K, las convicciones son lo de menos

Si los votos no alcanzan, la política ofrece otras formas de prosperar. Aunque para ello hay que renunciar a ciertas nimiedades como la ética, la lealtad y las propias convicciones.

De su oscuro bufete, donde sólo el asesoramiento a algunos dirigentes sindicales le ofrecía promesas de progreso, pasó un día a la política, como tantos otros, subidos al bote que, con la corriente a favor, llevaba como capitana a Fabiana Ríos

Invitado por su amigo José Martínez, y aunque despreciaba las banderas levantadas por ATE, decidió seguir al ARI de Fabiana Ríos hasta donde la corriente los llevara, siempre estaría a tiempo de bajar del bote si las cosas iban mal.

Pero el rol de opositores y la máscara de progresistas rendiría buenos frutos, la jefa espiritual, de la mano de Lilita Carrió, llegó al Congreso Nacional y el oscuro abogado se convirtió, colgado de la misma lista sábana, en legislador junto a su amigo “Pancrudo” Martínez.

Fiel al estilo Carrió impuso su perfil de continuo denunciante, veía corrupción por donde mirara, pero sus estruendosas denuncias jamás llegarían a nada concreto. Igual a Carrió, decían sus críticos.

Perder todas las votaciones 13 a 2 en la Legislatura le significó un buen negocio, una forma de simular coherencia, aunque en realidad muchos sospechan que detrás de ello había acuerdos jamás confesados que lo tenían como parte.

Mientras tanto, apoyaba con vehemencia y pasión las denuncias de Carrió contra los Kirchner. Junto a Ríos, secundaban a Lilita y hacían de las denuncias contra Kirchner una bandera de campaña permanente.

Como sea, la cosa iba bien, algunos le creían y hasta creían en sus supuestas convicciones. En 2006 saciaba su hambre de denuncias acusando a sus pares legisladores del FpV, el PJ y el MPF de “cogobernar” con el oficialismo que comandaba por entonces Hugo Coccaro, devenido gobernador por un acuerdo palaciego al que nuestro oscuro legislador no había permanecido ajeno.

Por esa denuncia (como todas las suyas sin fundamentos y sin pruebas pero con ruidosa mediatización) corría el riesgo de salir eyectado de la banca. Su par del MPF Miguel Portela había presentado una cuestión de privilegio y el juicio político parecía caerle encima. Pero apareció una vez más su mentora para salvarle la vida. Desde la Cámara de Diputados (y en compañía de Leonardo Gorbacz) Fabiana Ríos hizo todo para salvarle la cabeza y el perdón no tardó en llegar.

Tanta deuda parecía impagable, pero para los traidores las deudas no se pagan, se borran del libro de contabilidad.

Así, las cosas fueron cambiando rotundamente para el oscuro abogado. Fabiana Ríos empezó a ser un dulce recuerdo el odio a los Kirchner  algo revisable y las convicciones no mucho más que un banquito donde ganar altura política.

Ya en 2008 otro era el discurso, Fabiana Ríos había quedado muy lejos y el kirchnerismo muy cerca. En 2009, gracias a las relaciones ganadas cuando era uno más del ARI lograba que Cristina le permitiera poner su imagen en la boleta que lo llevó a intentar llegar (como su mentora) a ocupar una banca como Diputado Nacional.

No sirvió. Ni con Cristina. La gente lo repudió en las urnas, los panqueques no gozan del aval de la gente y los traidores reconocidos mucho menos.

Lejos de la aceptación popular, entró entonces en un camino más oscuro todavía que el de sus inicios, pero asaz redituable:  el de las relaciones políticamente incestuosas, el del tráfico de influencias, el que evita gastar la suela de los zapatos andando de rodillas, como describe el tango.

Pero andar de rodillas también es una forma de llegar, se dijo. Y allí va, con sus nuevos amigos, con la foto de Fabiana en el cesto de basura y las convicciones mudando la piel, fruto de la metamorfosis. Ya no ve a los Kirchner como corruptos, son su nuevo amor, sus amigos entrañables.

Como Gorbacz, como tantos otros, “pelechó” gracias al ARI y se convirtió en crítico de Ríos, adversario, arrepentido, o cuanto eufemismo reconozca como sinónimo la palabra “traición”.

Y allí va, nombrado conjuez, un nombramiento que quizás jamás le sirva para ocupar el sillón de magistrado (el acceso al Poder Judicial requiere de méritos mucho más exigentes), que no lo saca de la condición de abogado, pero que prueba que es uno más de la larga lista de alcahuetes del kirchnerismo, que mudan de discurso como de corbata, para correr a buscar ansiosos el premio.

“Lo siento Fabiana, entre mi abuelita y yo, me quedo conmigo” debe estar repitiendo mientras sostiene embelesado una foto de Groucho Marx. Aquel que dijo, inspirando lo más rastrero del pragmatismo político “Estas son mis convicciones, si no les gustan tengo otras”.

Groucho lo dijo en broma, pero para los panqueques políticos la traición que paga es cosa muy seria.

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