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Sofía, ese dolor que todos tenemos

Sus padres, su hogar, sus juguetes, la comunidad de Río Grande, todos esperan el milagro de su retorno a casa. Sofía Herrera nos duele y nos anima a buscarla día a día. (Por Natalia Gracianía).

Sofía nos duele a todos.

Desde aquel fatídico día en que -sin explicación lógica y en un lugar aparentemente seguro- se esfumó ante la vista de todos.

Sofía tenía 3 años y 9 meses ese 28 de Septiembre de 2008, cuando fue vista por última vez en un camping ubicado a medio camino entre Río Grande y Tolhuin, adonde había ido a pasar el día en familia. En el lugar estaban tan solo sus padres, un matrimonio amigo y el cuidador del lugar.

Nadie de los presentes pudo explicar cómo desapareció. Incluso  se creyó que sólo se trataba de un caso más de una niña que se pierde en el campo y aparece a las pocas horas.

Pero no, ella no apareció. Nunca apareció.

Se investigaron todas las hipótesis posibles. Se reconstruyó lo sucedido. Intervinieron el FBI, la INTERPOL y la PDI; pero nada alcanzó para dilucidar cómo –misteriosamente- una nena puede desaparecer sin dejar rastros.

Pasaron 3.000 días sin Sofía.

En medio de la búsqueda que nunca se detuvo, y en la que colaboran personalidades como Juan Carr, pasaron incontables momentos en los que parecía que la habían encontrado; un dato, un parecido, renovaba las esperanzas, para terminar comprobando que, una vez más, no se trataba de Sofía.

En medio de este proceso tan doloroso, hasta el apoyo cambió: comenzó con un acompañamiento multitudinario de la gente de la ciudad donde nació Sofía, para cambiar a los pocos meses en muchos casos la mirada de empatía con esta familia, atravesada por la tragedia de perder a su hija, y que fue puesta en la posición de juzgamiento y acusación, generando un vacío aún mayor.

Pero ¿qué nos pasa?, que nos es más fácil criticar y levantar un dedo acusador, dar crédito a las sospechas, todas descartadas por la justicia hasta ahora. ¿Será que ponernos en sus zapatos nos asusta?.

Tal  vez sí y por eso los preferimos culpables.

Nos cierra más algo oscuro que ver el dolor tan claro. Pero aun así, es tiempo de dejar las opiniones de lado y las hipótesis personales y enfocarnos en pensar que Sofía ya tiene 12 años, para 13; que probablemente no sabe quién es, que tiene derecho a su verdadera identidad; que la única manera de dar con ella es viralizando la tercera actualización del rostro que puede tener hoy, para que tal vez ella la vea, y se reconozca; para que tal vez alguien la vea y la reconozca.

Sólo tal vez, con esa pequeña luz de esperanza, alguna vez dejemos de contar los días sin ella. Pero mientras tanto, hagamos algo por ella. Ayudemos a buscarla.

Porque Sofía nos duele a todos.​

 

Natalia Gracianía

Periodista – Canal 13 Río Grande

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