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Resumen ((La 97)) 2015: Ríos se fue del modo que menos le gusta: ignorada

Despreciada por el electorado, desatendida por la sociedad, olvidada por sus viejos compinches. Después de 8 años de mirar a todos desde arriba, se bajó del poder en medio de la indiferencia general. Ni admirada ni odiada, simplemente ignorada.

Por aquellos años en que apenas soñaba con treparse a la cúspide del poder, tanto ella como su entonces pareja solían sufrir ataques de ira cuando notaban que la prensa o los políticos no los tenían en cuenta a la hora de los análisis políticos o en instancias de elaborar encuestas o proyecciones.

No les importaba tanto que hablaran mal de ellos (al final la polémica era su elemento natural, la pelea su idioma) como que los ignoraran, que no los consideraran ni siquiera opositores.

Para sorpresa de todos (y de ellos mismos) tuvieron su gran revancha en 2007 cuando un electorado hastiado de la corrupción de Martinelli, Manfredotti, Gallo, Colazo y sucedáneos, le “prestó” su confianza en forma de votos.

Sin importarle mucho si eran prestados o regalados, montada en el poder democrático de los votos cabalgó 8 años en el poder, gozó de sus mieles y desparramó riquezas entre sus amigos que, del puñado que eran durante la campaña, pasaron a ser -en muy poco tiempo- más de quinientos “del riñón”.

Generosa, les agradeció a todos convirtiéndolos en funcionarios, regalando cargos, nombramientos, comisiones, horas cátedras, libretas de matrimonio, prebendas y contratos de toda laya.

Se presentaron como de izquierda, se llamaron a sí mismos socialistas y con ese disfraz actuaron hasta el mismo momento en que asumieron el gobierno.

Desde entonces, giraron a la derecha sin poner el guiño. Durante una década y (al decir del poeta), fueron “los listos que le ponen los cuernos a Marx”, se dedicaron a “mear donde los demás lloran”.

Llegaron enarbolando el “contrato moral” y devinieron amorales, arriaron y pisotearon sus límpidas banderas, olvidaron hasta el último de sus principios y destrozaron todo cuanto alguna vez fue el patrimonio social y material de los fueguinos.

Cínicos y despiadados, convirtieron la administración pública en refugio de vagos aburridos a la espera de su precoz jubilación. Bajo la falaz consigna de “hospital sin arancel” arrasaron con la salud pública mientras los fenicios del sector privado facturaban a manos llenas. Llevaron la educación a niveles de calidad vergonzosos, agravaron la crisis habitacional para felicidad de los especuladores, convirtieron la cultura en negocio de cuñados, primos y demás secuaces, fanáticos del fueguinismo recién importados de Rosario.

Extraña raza de funcionarios pedantes como nuevos ricos, aturdidos por la arrogancia, con notorias dificultades para expresarse aunque se presentaran como “intelectualmente superiores” los amigos, compadres y allegados varios aprendían a sobrar las críticas, mentir, sanatear y esconderse, mientras amarrocaban privilegios y dineros distraídos del erario público.

En la cima de la pirámide del buen vivir, el otrora “okupa”, hoy convertido en “dandy”, saltó de experto en ladillas y tabernas (para seguir parafraseando al poeta) a “bon vivant”, un vivillo que hubiera hecho sonrojar al gran Isidoro Cañones. Pasó de fracasado político a gozar de su “embajada” en la CABA, donde las festicholas no escasearon y donde los ñoquis (y las ñoquis) eran cuidadosamente seleccionados para que “cumplieran los objetivos” de una delegación que presentaba el mayor índice de ausentismo de toda la administración pública.

Es que “la bohemia, la verdadera bohemia es dura”, dijo el poeta.

 

Levantar la alfombra

Ahora que se fueron, barrer la casa implicará encontrar podredumbre en cada rincón de la casa, es inevitable descubrir que la realidad supera todo temor. Han dejado la provincia diezmada en su patrimonio, sin obras, con edificios en estado de desastre, con una superestructura que nos convierte en la provincia con mayor índice de ñoquis y empleados fantasmas de toda la Argentina.

Tuvieron, valga decirlo, una habilidad que hay que reconocer. Aseguraron perfectamente todos los puntos flojos para que las denuncias nunca llegaran al hueso, para que los denunciantes se llamaran a silencio prontamente, para que los opositores fueran blandos y los amigos, de fierro. Para que la justicia de los hombres fallara siempre a favor de ellos y a contrapelo de la realidad.

Extrañamente, nadie pregunta cómo se llegó a tanta impunidad. Talvez no haya sido tanto lo que se llevaron como lo que destruyeron, los años de retroceso a que nos condenaron por su ineficiencia bien disimulada, su habilidad para mentir y su falta de escrúpulos para acallar opositores del modo menos confesable.

Quizás eludan el falso mérito de ser el gobierno más corrupto de la historia fueguina (al fin de cuentas no es fácil competir con sus varios predecesores) pero en lo que sí califican en la cima es en ser los más cínicos y mentirosos de todos.

Fanáticos de la victimización, supieron llevar un fantástico (o fantasioso) relato que les permitió sobrevivir el día a día sin concreciones, sin obras, sin planificación, sin proyectos y (por ejemplo) obligándonos a perder algunos miles de millones en planes nacionales, tan sólo porque eran incapaces de presentar un proyecto serio y bien elaborado. Aunque (como decíamos) durante ocho años dijeron ser “intelectualmente superiores”.

Así, por ejemplo, por acción u omisión, convirtieron al IPRA en la única casa de juegos del mundo que pierde plata, Vialidad Provincial se quedó sin maquinarias y sin elementos de trabajo pesado, la producción de hidrocarburos se redujo casi a cero, fracasaron estrepitosamente en cuanta negociación encararon, aunque lloraban de emoción anunciando proyectos que jamás se llevaron a cabo, como la obra del puerto de Río Grande o la planta de metanol de los chinos.

Sibaritas de la decadencia, hoy dejan el protagonismo del poder sin demasiada melancolía. A caballo regalado no se le miran los dientes.

Con ellos pasamos todos de la ilusión a la resignación, del apoyo sincero a la desilusión cruel. De la sorpresa a la apatía.

Pagaron los sueldos al día (o casi) durante ocho años. Con eso y su habilidad para mentir y esconder llegaron al final del camino.

Game over.

A partir de allí, nada, , la perinola ya no canta “toma todo”, no hay más sorpresas ni regalos del destino.

Varias elecciones desastrosas, el desprecio de la política nacional, la diáspora de los viejos amigos, la indiferencia del mundo, la convencieron de que el sueño se había terminado, que el préstamo se había vencido, que la gallina de los huevos de oro había muerto destripada.

Pasó de figurar en las tapas de las revistas por ser la primera gobernadora mujer a una fría despedida sumida en la penumbra del olvido.

Sin la emoción de las despedidas. Sin discursos de hasta nunca, sin ágapes ni escraches.

Nada.

Ni odiada ni admirada. Ni combatida ni elogiada.

Después de ocho años de simulación, de desprecio por sus raíces, sin penas ni gloria, sin grandes escándalos (excepto un compadre condenado por coimero) pero también sin un solo logro de que ufanarse, se va de la manera que menos hubiera querido: en medio de eso que tanto odió y le molestaba: la maldita indiferencia.

 

(Audio ilustrativo: La verdad desnuda – Patxi Andión)