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El Lobito, un rey sin corona, un verdadero militante peronista

Un día el Lobito se enfermó, le empezó a dar al trago y cada vez los cabezones le preguntaban menos. El Lobito se enfermó de alcohol, pero los demás se enfermaron de amnesia y de desprecio.

lobito

A Juan Antonio Torres, un día el peronismo le reconoció su historia como militante del partido. En un salón colmado de compañeros, cuando lo llamaron para recibir su distinción, pocos reconocieron el nombre; pero cuando dijeron su apodo “LOBITO”, todos comenzaron a aplaudir con ganas, algunos se emocionaron hasta las lágrimas.

El mismo Lobito que allá por los 90’s se sentaba con los cabezones que debatían cómo acomodarse su futuro en una mesa de café, el Lobito permanecía estaba callado atrás (como Vicente Larrusa en Polémica en el Bar) observando y escuchando todo. Y ojo con querer sacarlo de allí porque se armaba la bronca.

Cuando el Lobito abría la boca, los cabezones se la bancaban, porque sabía cómo se manejaba todo, cuando podía les bajaba línea y enojado los señalaba con el dedo índice, pero más les dolía cuando les decía “vos no me representas”.

El Lobito era un rey sin corona, un sabio sin instrucción, un militante sin puesto de ñoqui porque nunca lo quiso, porque a diferencia de varios militantes de cualquier partido político, nunca aceptó ser ñoqui, nunca figuró en las listas, simplemente era un militante, un referente sin cartón.

Pero un día el Lobito se enfermó. Se convirtió en  un alcohólico, empezó a ser molesto, jodido y hasta en un marginal, como alguien lo llamó con desprecio. ¿Cómo un marginal, si era la mano derecha, la conciencia y la almohada de quienes estuvieron en la cima del poder en Tierra del Fuego?.

El Lobito era un personaje en el peronismo y en sus tiempos nadie, por más cabezón que fuera, se hubiera animado a decir “Lobito salí de aquí, cucha perro”.

Pero un día el Lobito se enfermó, le empezó a dar al trago y cada vez los cabezones le preguntaban menos. El Lobito se enfermó de alcohol, pero los demás se enfermaron de amnesia y de desprecio.

Sin familia, sólo, con su enfermedad a cuestas y sin amigos, solamente le quedó el patio trasero del Concejo Deliberante de Río Grande para refugiar su pena, su aislamiento y su mugre.

Ahora nadie lo conoce al Lobito porque cada vez está más enfermo, los amigos se le fueron, está solo y con todo a cuestas.

Los que alguna vez lo llamaron el octavo concejal, hoy lo denuncian a la policía para que se lo lleve. Si hubiese sido un ñoqui hoy estaría con carpeta psiquiátrica como muchos que le escapan al laburo.

No vaya a ser cosa que dentro de unos días o meses el Lobito se muera y que algunos vayan al velorio a llorar lágrimas de cocodrilo pero no dirán que no hicieron nada para ayudarlo.

Hoy el Lobito, enfermo, no entiende por qué los que antes le decían el octavo concejal, hoy no lo dejan pasar en el Concejo Deliberante. No entiende, porque está enfermo, por qué no es más el asesor a limosna de los cabezones.

¿Es un marginal? ¿si el Lobito se bañara seguiría siendo el consultor del cabezón de turno?

El Lobito está enfermo.

¿Hacía falta escracharlo y gritar a viva voz que el Lobito se caga encima y llamar a la policía para sacárselo de encima?

Está enfermo el Lobito. El alcohol le quitó todo. Ni derechos humanos le quedan.

En esta sociedad cruel es muy jodido cuando uno se enferma.

Y el Lobito está enfermo.

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