En Río Grande la realidad de muchas familias se ha estrechado a lo esencial. Alejandra Soto, referente del comedor “Las familias”, señala que hay mucha gente que pide mercadería “queriendo ver cómo se pueden anotar en el comedor” y que la situación para los comedores es “complicada para todos”.
La cruda escena cotidiana revela una ciudad que enfrenta una presión creciente sobre su red de solidaridad.
La gestión del cupo y las listas de espera son un terreno sensible para Soto. “Yo tengo 47 familias y yo no quiero pasar a más, yo le doy a ellos y si yo puedo, o por ahí me queda comida, llamo a otra persona que está para entrar al comedor”, explica, dejando ver la dificultad de mantener un flujo equitativo cuando la demanda excede la oferta.
Aun cuando existe la voluntad de atender a todos, “muchas veces nos quedamos sin comida y tratamos de darle a todos” y, sin embargo, “muchas veces esto es imposible”, admite con claridad.
Las causas de la vulnerabilidad que alimenta esta demanda son variadas. “Mucha gente que por ahí perdió el trabajo, hay otra que por ejemplo estaban trabajando en microemprendimientos y le subieron el alquiler y ya no pueden”, enumera, señalando historias de recortes y tensiones económicas.
También describe circunstancias personales como gente a la que “se le enfermó el hijo”, lo que agrava la búsqueda de subsistencia y obliga a pedir apoyo comunitario.
La dinámica de las donaciones y las restricciones institucionales añade capas de complejidad. Soto explica que el municipio y el gobierno impusieron limitaciones para la mercadería, porque “la gente empezó a vender los productos” y por eso desde las autoridades decidieron que “la mercadería se nos da unicamente para que la cocinemos”.
Aun así, la red de apoyo comunitario se mantiene. “Yo por ejemplo muchas veces doy mercadería porque aparte de entregar la comida entrego la merienda y por ahí si tengo fideos, puré de tomate, y otras cosas, es porque me lo dona otra persona”, narra, destacando la colaboración de donantes particulares.
Entre gestos de solidaridad y requerimientos prácticos, la labor diaria se sostiene con aportes de colaboradores y recursos que llegan a través de las redes comunitarias. “Son colaboradores que uno tiene aparte de lo que nos da el municipio y gobierno”, subraya, y describe la experiencia de atender a quienes piden ayuda: “hay gente que te pide mercadería y que yo les digo que por ahí les puedo dar un paquete fideo para el momento o un paquete de arroz, un puré de tomate y se van bien, quedan bien, son agradecidos”, pero también reconoce que “hay otra gente que no” y que “ya te pide que le llenes la heladera o el menú del día”.
La dimensión humana de esta realidad se manifiesta en la gratitud y la cooperación vecinal. Soto comparte que hay personas “muy agradecidas” y que hay quienes “me ayudan mucho” porque la gente la conoce y la respalda.
Recuerda por ejemplo un episodio tenso en redes cuando “me escracharon” por pedir colaboración a los beneficiarios para picar la verdura, pero subraya que “gracias a Dios todo el mundo que me conoce me apoyaron” y que ese respaldo fue “un aliento” que fortaleció su compromiso con la comunidad.
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