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Mi charla con el Papa

El conmovedor encuentro en el subte de una fueguina con Bergoglio

La histórica foto muestra al futuro Santo Padre viajando en el transporte porteño junto a una mujer de quien nada se sabía… hasta ahora.

Carolina bajó las escaleras del hospital Británico masticando su angustia, sin darse cuenta que contaba uno a uno los escalones. Dos, tres, cuatro, cinco. Abrió el enorme portal vidriado para, encima, darse de frente con los sofocantes 40 grados de un mediodía de enero de 2013, en la no menos agobiante Buenos Aires.

Buscó la boca del subte que la llevara sin escalas al departamento que ocupaba temporariamente, desde su llegada desde Río Grande, Tierra del Fuego, para internar a su querido esposo Pedro. Necesitaba ordenar sus pensamientos después del mazazo recibido esa mañana en la inescrutable jerga médica, que por extraña razón esta vez le resonó inequívoca: no habia esperanzas.

Sin cruzar palabra con nadie y el ceño firmemente fruncido, subió al vagón que le tocó en suerte. Como primera y única buena noticia del día, consiguió un asiento pese a que, a esa hora, la concurrencia era importante. No quería ni imaginarse tener que viajar parada con semejante información nueva en su cabeza.

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A poco de arrancar, a su lado se sentó una persona que jamás hubiera llamado su atención, si no hubiera sido por su característica vestimenta, que no dejaba lugar a dudas sobre su oficio: un sacerdote.

Para coronar la complicada jornada, un corte de energía provocó la interrupción del viaje y allí quedó Carolina, con su ceño fruncido, con su angustia terminal, a oscuras en las catacumbras porteñas, con un religioso sentado a su lado.

El hombre, de mediana edad y espigada figura, habrá percibido la pena que aquejaba el alma de nuestra mendocina, fueguina por adopción, y con voz cadenciosa y apacible se presentó: “Jorge Bergoglio” le dijo. En rigor de verdad, por esos días ya no era presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, pero sí Cardenal y candidato nacional a un eventual Papado. Parece que no era muy extraño que utilizara el subterráneo para recorrer las parroquias.

Sin medias tintas, el religioso le pidió que le cuente el motivo de su angustia. Ella, sin perder su gesto adusto y un poco fastidiada, apenas le dio el título de su pesar a aquel desconocido. El padre, casi como un acto reflejo, le habló de la fe, una materia que obviamente manejaba con destreza, para sobrellevar el aciago momento.

Carolina le respondió sin poder ocultar el fastidio. De hecho, hasta lo contradijo con poca elegancia ese tal asunto de la fe, del cual no era especialista, sobre todo un día de 40 grados de calor en el subterráneo descompuesto de Buenos Aires. Y con Pedro en el hospital Británico.

Volvió la luz, el subte retomó su recorrido. Alguien tomó una foto. El padre Jorge Bergoglio la saludó con amabilidad y se bajó.

Un puñado de semanas después Pedro murió. El cáncer se llevó su vida y dejó un enorme vacío en la de Carolina, su compañera de siempre.

En esos días de marzo de tristeza y soledad, aquel casual compañero de subte de Carolina en el segundo día más triste de su vida, Jorge Bergoglio, era ungido en Roma como el Papa Francisco. Ella siguió las ceremonias por televisión y recordó aquel encuentro fortuito dos meses antes. El sencillo cura que le habló de la fe, resultó ser el aspirante a Sumo Pontífice.

Los medios internacionales más importantes se ocuparon, como es la costumbre, de publicar reseñas biográficos del nuevo Papa llegado desde un país remoto en el fin del mundo para cambiar para siempre la historia del catolicismo. El rasgo que más interesó al periodismo fue el de su humildad y sencillez. La foto del simple cura argentino viajando en el transporte público dio la vuelta al mundo. Nadie sabía quién era la mujer a su lado, con la angustia retratada en su rostro.

Ella sintió un poco de culpa. No lo había tratado muy bien en aquel efímero diálogo a oscuras, y reconoció que él tan solo quería consolarla.

«Sra.: María Carolina Schauman»

Ya sin Pedro, el recuerdo le sirvió de humilde consuelo. Pero no se quedó quieta. Averiguó y consultó por todos lados, y encontró el camino para hacerle llegar una carta personal al nuevo Papa, recordándole aquel breve momento compartido y pidiéndole disculpas por su actitud.

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A los pocos días, para su enorme sorpresa, recibió en su casa de Río Grande una carta fechada en la residencia papal de Santa Marta con el logo del Vaticano en el sobre. En ella, el recuerdo compartido y aquella ya célebre foto, esta vez firmada.

Y lo más sorprendente, una misericordiosa misiva de puño y letra de Francisco, de Jorge Bergoglio, que atesora entre sus mejores recuerdos. “Me emocionó su sinceridad y quiero decirle que su gesto me hizo mucho bien” es una de las frases que le dedicó Francisco, el Papa, a Carolina.

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Hace pocos días el Santo Padre se liberó del corset existencial que impone la vida terrenal, y allá fue, libre y afable como siempre, a reunirse con el hacedor de toda creación.

A Carolina le gusta pensar que el amable cura Jorge, el inolvidable Papa Francisco, andará allá por los cielos compartiendo la felicidad eterna junto al Creador, junto a San Pedro, y junto a todos los Pedros. Le gusta pensar eso.

Por Jorge Federico Gomez.

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