Emma Araujo nació en la capital de la provincia de Formosa, hace 27 años. Es trabajadora social y llegó a Río Grande hace apenas dos meses. Se desempeña en el Gabinete Psicopedagógico del Ministerio de Educación de la Provincia.
Emma es transexual, y no fueron pocas las dificultades y peripecias -algunas graves- que debió soportar en su todavía corta pero intensísima vida. Primero, al asumir su propia identidad de género, y luego, al tratar de encontrar un lugar de respeto y vida plena en su entorno.
Con voz firme y convicciones claras, Emma compartió su historia con la audiencia de ((La 97)) en el programa El Almacén de Tropea.
“Hice primaria en escuela pública, vivía con mi familia, de padre policía con un pensamiento bastante duro. Mi mamá incursionó un poco en el trabajo social, en la parte institucional. Tengo 4 hermanos, que se fueron a Corrientes a estudiar”.
Ya los primeros golpes comenzó a recibirlos en su Formosa natal, apenas cuando cursaba la escuela primaria: “No fue muy agradable, mi presencia incomodaba en el aula, mi expresión de género hacía bastante ruido y se generaba una discriminación latente. Era como un aislamiento mutuo, yo también me aislaba al ver esa rección. Así crecí”.
En escuela secundaria el panorama no mejoró mucho para Emma. Más bien lo contrario: “Ya aparecieron insultos, una escalada violencia”. Como remedio, adoptó lo que ella llama “postura Lizy”, por la conductora de televisión Lizy Tagliani: “Ella se pone como objeto de burla, como chiste, naturaliza desde el humor. Tuve que desarrollar esa estrategia par ser aceptada en la institución”.
Con 17 años, al terminar el secundario, Emma marchó a Corrientes. Se propuso estudiar la carrera de Trabajo Social y se recibió con tan solo 22 años.
Esa etapa la señala como la más difícil que le tocó atravesar: “En ese transcurso me animé a salir del closet, manifestarlo, contextualizarlo, hablarlo con mi familia”.
Antes, a los 15 años, recuerda una conversación con su madre que la marcó para siempre: “Yo ya sentía necesidad de expresarlo. Le pregunté a mi mamá si era feliz, y ella me dijo que, si yo era feliz, ella lo era. Yo no estaba viviendo como deseaba, no estaba siendo yo como quisiera ser. Quería empezar a transicionar”.
En Corrientes logró lo que tenía pensado, sola, hacer su transición. “Soy privilegiada porque ellos no tuvieron resistencia al cambio. Igual no se podía disimular, estaba muy expuesta la situación”.
Expresar su identidad fue como una liberación, para ella y su familia. “Es así, estamos acá, acompañamos”, explica aquel momento. “A mis hermanos les costó más, ellos son de la fuerza policial, imaginaba que ellos habrán reprimido a otras travestis, y pensar que tienen una hermana así… Me puse a pensar por qué le costaba tanto a ellos”.

Desilusiones
A la hora de enfrentar el dificultoso camino que le imponía la sociedad, Emma comenzó a reparar en las representaciones sociales que se hace de las chicas trans: “O son putas, costureras o peluqueras, y no salen de eso. Se genera un contexto insalubre porque al ser excluidas desde la familia, la educación es asumirla como un privilegio, la salud igual, muchas no acceden. Ese contexto hostil alimenta el imaginario social de que todas caen en el mismo círculo”.
Una vez recibida, Emma comenzó a militar en organizaciones de la sociedad civil. Los objetivos pueden parecer remanidos, pero para una persona en su condición, eran casi una quimera: justicia social, equidad, lucha por una ley integral trans, cupo laboral: “Es nefasto pelear por un puesto de trabajo con compañeras super idóneas, para tener un cargo y ser incluidas laboralmente… en 2022 es como bastante atrasado”.
En Corrientes con sus compañeras presentaron un proyecto de inclusión que atienda la perspectiva de género. Se aprobó en el Concejo Deliberante y se dio intervención al Ministerio de Salud provincial y a la Facultad de Medicina. “No había un presupuesto destinado y se sostenía con voluntades, con médicos que te quisieran atender, pero el voluntarismo un día se acaba”, recordó con tristeza.
Apenas logró una media beca de $ 15 mil para su subsistencia. “Es una inclusión no real, no había contrato, seguíamos fuera del sistema. Se terminó mi beca y no pude soportar más este maquillaje que hay en Corrientes”.

Sueños
Le llegaron entonces a Emma noticias desde Río Grande, de Tierra del Fuego. “Supe que no era necesario venir con una bandera ‘che, yo soy trava, necesito un cupo, necesito esta ley’. Porque acá es otro el tema de la inclusión, está en la cultura, no es algo raro ver a una trava trabajando en la facultad, en el estado, en las escuelas. Siento que estoy en un país aparte”.
Emma Araujo hoy trabajo para el Ministerio de Educación de la provincia, en el área de gabinetes interdisciplinarios de escuelas primarias. Reconoce, feliz, que tuvo un cálido recibimiento: “Es hermoso llegar y parecer una persona heterosexual, que no se me cuestione mi identidad. Es totalmente placentero poder desempeñarme sin rendir cuentas ni aclarar cosas que no corresponden en el ámbito laboral”.
Hoy se considera una privilegiada. Logró finalmente acceder a la educación, a la salud, Se recibió. Y trabaja. “Es algo increíble” dice. Lo que para tantos es lo común de cada día, para Emma “es algo increíble”.
Quedan en su recuerdo situaciones incómodas y desagradables que debió soportar a cada paso, en una constante violencia social. “Pedimos el trato según las leyes” reclama ahora desde su nueva residencia. Ya no quiere trato inhumano.
Prostitución y consumo de drogas, en muchos casos las únicas salidas para mujeres trans, explican que la expectativa de vida de ellas ronde los 32 a 35 años, 40 como máximo, según afirma. “Necesitamos modificar eso, trabajo, inclusión en educación y salud, para tener un proyecto de vida, tener un sueldo, un aporte a obra social. Necesitamos eso”.
“Me gustaría encontrar una pareja. Por el momento hijos no, siento que soy una niña todavía” piensa en voz alta requerida por sus expectativas. “Cuando adolescente aspiraba tansicionar. Una vez que lo hice, tener un trabajo. Tengo deseos cortos en comparación con una persona heterosexual”.
“Espero tener 50 años y no fallecer a los 35”, nuevamente revela sueños que a la gran mayoría ni se le ocurriría. “Quiero vivir y trabajar más, quiero ver el cambio social, quiero estar en esta vereda, la milité, la peleé y acá están los frutos”.
Emma, para despedirse, busca disolver un poco esa atmósfera angustiante que por momentos revistió su relato. Al fin y al cabo, ella es una persona en toda su integridad, como cada uno de nosotros: “Espero tener una casa, un auto hermoso, una pileta y vivir en una isla”.
Emma tiene sueños, derecho a soñar. Como todos.
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