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Héroes entre nosotros

Raúl Villafañe, la guerra de Malvinas en primera persona

El presidente del Centro de Veteranos de Río Grande pasó por ((La 97)), a pocos días del retorno de la Vigilia, por el 40º aniversario de Malvinas. Villafañe entregó un puñado de emotivos recuerdos de la guerra que protagonizó, con solo 18 años.

El excombatiente de Malvinas Raúl Villafañe es un reconocido vecino de Río Grande. Desde hace varios años está al frente del Centro de Veteranos de Guerra de la ciudad, y como tal, ante cada Vigilia del 2 de Abril trabaja febrilmente codo a codo con sus compañeros en la organización de probablemente el evento más convocante y representativo para la comunidad riograndense.

Con los anuncios de las actividades para esta edición especial de la Vigilia, por los 40 años de Malvinas y por no haberse podido realizar el año pasado por la pandemia, Raúl Villafañe pasó por los estudios de ((La 97)) donde mantuvo un franco y extenso diálogo con Fernando Tropea.

El segmento central de la distendida charla radial fue seguramente el más emotivo, y por eso decidimos reflejarlo en este artículo. Fue cuando Raúl relató sus vivencias de guerra, su experiencia personal de haber combatido en Malvinas y haber sufrido todo lo que eso implica. Tanto en aquel momento como en el retorno al continente.

Así fue desgranando muchos de sus recuerdos, principalmente reflejando el sufrimiento del veterano que estuvo en esa guerra, con tan solo 18 años. “Éramos chicos de edad, pero estábamos preparados”.

Raúl Villafañe es oriundo de Don Torcuato, provincia de Buenos Aires. Azarosamente le tocó cumplir con el entonces obligatorio servicio militar, en el Batallón de Infantería de Marina Nº 5 de la ciudad de Río Grande. “Tuvimos una instrucción muy fuerte, muy buena. Pensé que no me serviría para la vida cotidiana… pero en el campo de batalla me di cuenta que sí sirve. Gracias a lo que aprendí me salvó la vida. Tuvimos varios combates y supimos qué teníamos que hacer en los bombardeos”.

Sus recuerdos lo llevan al 2 de abril de 1982. Desde ese día, por 5 jornadas los tuvieron alistados, con uniforme, listos para salir. El 6 de abril los subieron a los camiones y los llevaron al aeropuerto: “Caímos en Malvinas por la tarde del 6 de abril. Quedamos en el aeropuerto hasta el otro día y caminamos hasta la posición en Sapper Hill, la montaña que tuvimos que defender”.

“Fueron días duros -añadió-. Pensábamos en la familia y en volver. Pero también se piensa en lo que tiene que hacer y en dónde está, que estaba por sobre todas las cosas. Defender la Patria y defender la vida. En la guerra está la vida de uno en juego”.

En aquellos días de guerra tanto Villafañe como sus jóvenes compañeros tuvieron que aprender demasiado rápido sobre el valor de preservar su propia vida. “Primero me salvo yo, pero sin dejar a mis compañeros, estamos hablando del enemigo. Al compañero no se lo abandona nunca. Eso lo llevo orgullosamente y es algo que me enseñó la guerra y el servicio militar, también la policía, bomberos, jamás dejar a un compañero. Y lo sigo poniendo en práctica”.

Raúl relata minuciosamente su dramático bautismo de fuego, en las laderas de Sapper Hill: “Empezamos a recibir bombardeos todas las noches. En el primero tuvimos dos heridos, uno grave y otro leve, los tuvimos que sacar, tuvimos que poner en práctica todo lo que habíamos aprendido, poner morfina, hacer un torniquete, todas cosas que pusimos en práctica. Era mucho el sufrimiento y el miedo, todos teníamos miedo, pero ese miedo da coraje para sacar el compañero a como dé lugar”.

La guerra urbana

Raúl Villafañe regresó a Malvinas en el año 2009. Sin involucrarse en la controversia del retorno –“hay muchos que no quieren volver para que no les firmen el pasaporte”- su caso del regreso a Malvinas es una historia en sí misma. “Después de la guerra viene el estrés post traumático. Hemos visto cuántos se han suicidado. O te dan una pensión, pero vos tenés por ejemplo un veterano que es alcohólico, y le estás alimentando el alcoholismo, no lo estás tratando como corresponde”.

“Yo tuve que ir a Malvinas por una cuestión de salud. Me atendió un médico psiquiatra de Buenos Aires, especialista en veteranos de guerra. Estuve internado en una granja, estuve mal… gracias a ese doctor, que nos dijo que teníamos que cerrar un círculo, ir a Malvinas”.

Con 4 compañeros que había compartido combate tomó la decisión. Compraron los pasajes, se prepararon y partieron. Juntos recorrieron el lugar del combate. Lloraron, se abrazaron. “Fue como cerrar el círculo. Y lo cerramos. Algo teníamos adentro que en ese momento desapareció, los cuatro de la misma forma”.

Su vida cambió totalmente desde ese momento. También su familia, que siempre lo sostuvo, fue responsable: “Pasé de una vida mala a hoy ser presidente del Centro de Veteranos y estar en una Comisión Nacional de Veteranos de guerra en el Ministerio del Interior representando a la Patagonia. Creo que mi vida cambió bastante, para bien”.

Entre la guerra y el retorno a Malvinas, 27 años después, Raúl no la pasó bien por un buen tiempo. “Nos costó mucho vincularnos con la sociedad al volver, porque éramos los locos de la guerra, no nos daban trabajo. A mí me pasó”.

Así entonces rememoró la rendición y el regreso, tan traumático como la guerra misma. “En el último combate, el 13 de junio, me hieren en la pierna. Un avión tira una bomba, cae, pega en la cocina de campaña, explota la cocina y la onda expansiva me golpea la pierna. Me rompo meniscos, ligamentos, rótula. Seguimos igual en la posición porque íbamos a hacer un contraataque, al mando del comandante (Carlos) Robacio”.

El tiempo de la rendición era inminente e inevitable. El comandante argentino los hizo desfilar por el pueblo y dejar el armamento. Raúl seguía en pie pese a tener su rodilla destrozada: “Nos entregamos y nos llevaron prisioneros al aeropuerto. Al otro día la Cruz Roja me saca y me lleva a Puerto Belgrano donde me revisan, me enyesan por 20 días. Me mandan a Río Grande y de ahí a Buenos Aires, donde en el hospital Naval me operan y estuve como seis o siete meses para recuperarme”.

Luego de un año y medio de no encontrarse en Buenos Aires, decidió volver a Río Grande, para sorpresa de su familia. Comenzó una dificultosa e infructuosa búsqueda de trabajo. Sólo logro que lo tomara para descargar camiones en la empresa Cantarini. En las fábricas no lo tomaban, por su condición de veterano de Malvinas, literalmente.

“Hasta que un día caí a Talent. El jefe de personal, un señor Palermo, me hizo sentar, me dio un café, le dije que quería trabajar y formar una familia. ‘Yo lo voy a ayudar’ me dijo. Me hizo entrar a trabajar, trabajaba 10 o 12 horas porque yo lo quería hacer”.

Salir del pozo

El trabajo salvó la vida a Raúl Villafañe, pero no sólo el trabajo. En Talent conoció a la que hasta el día de hoy es su señora: “Ella también trabajaba en Talent, los dos jugábamos al vóley. Nos juntamos y hasta el día de hoy estamos juntos, tenemos una hija, Samanta, dos nietos. Son los que me dieron el apoyo y me ayudaron a salir”.

“Estoy totalmente agradecido por haber salido” reconoce el excombatiente, señalando amargamente que muchos de sus camaradas veteranos no lo lograron. Varios de ellos tomaron la más drástica y autodestructiva decisión.

“Por eso digo, hay que luchar y seguir luchando por los veteranos que tienen algún problema. Si hay algo que aprendí y que lo tengo marcado a fuego es nunca dejar a un compañero. Hasta el día que fallezca voy a seguir luchando por los veteranos” se promete. Y vuelve a aludir al hito de haber salido del pozo, y encontrado la felicidad. Junto a su familia, sus nietos, no pide nada más. Sólo seguir trabajando por los veteranos. Nada más.

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