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Capitán del Espacio: el alfajor que se volvió leyenda

Creado en 1961 en el conurbano sur y sin publicidad alguna, la golosina se transformó en un producto deseado por miles. Incluso por el Papa Francisco.

Es un alfajor. Pero también un mito que fue creciendo con el paso del tiempo. Un objeto de culto, que de las barriadas populares cruzó la General Paz y llegó a la gran Capital. Son los humildes alfajores Capitán del Espacio, parte importante de la cultura gastronómica del sur del conurbano bonaerense. Un alfajor que ha sido exportado a lugares impensados: el Papa Francisco, en el Vaticano, come Capitanes del Espacio…

Todo nació de una loca idea de Angel De Pascalis. El hombre ya estaba cansado, a los 37 años, de tanto faenar en un frigorífico de Avellaneda. Empezaban los ‘60 y se enteró de que una fábrica de alfajores de Ezpeleta salía a la venta por estar quebrada. Juntó todo lo que tenía, y con un amigo, Arturo Amado, la compraron.

Sólo existen tres tipos: de chocolate, de fruta y de dulce de leche. 

Angelito, como lo conocían todos, puso manos a la obra. Primero degustó veinte alfajores de distintas marcas. Y encontró la fórmula del deleite.Nunca la divulgó, pero en la masa a base de cacao, y en un dulce de leche especial, parecen estar los trucos que los hace únicos. Y en los blancos, lo fabuloso es el baño de repostería con clara de huevo, jarabe y azúcar.

Luego pensó el nombre para el producto. Era la época de guerra espacial entre EE.UU. y Rusia para llegar primero a la Luna. Listo, se llamarían Capitán del Espacio. Empezó a vender casa por casa en la zona de Quilmes. Tiempo le sobraba. Soltero y sin hijos, la fábrica se transformó en su casa. Incluso, allí podía llevar adelante su pasión oculta: escribir poesía. Hasta se animó a publicar un libro: Entre dibujos y letras.

Poco a poco, Quilmes le quedó chico. El boca a boca hizo que el alfajor se expandiera. Todo el sur del conurbano quedó invadido con el producto, que por su sabor, parecía de otra galaxia. Todo era artesanal y palabras como márketing y publicidad, nunca existieron para Don Ángel, que hizo de su privacidad otro mito.

¿Cómo hacerle una nota al creador de un fenómeno sin igual? Desde Chiche Gelblung hasta Andy Kusnetzoff lo intentaron. Y rebotaron. No buscaba publicidad.

Don Angelito se fue pero gracias a él existen los alfajores del Espacio.

Su producto era un ícono que hasta ganó el Mundial de Alfajores. Fue en 2006, derrotando en la final a dos archirrivales: Jorgito y Terrabusi. Con algo a favor. Los Capitanes del Espacio no necesitaban de avisos. La gente amaba ese alfajor. Pero en 2012, Angelito se fue. Tenía 86 años y su muerte impactó tanto que la gente propuso que el 1° de agosto, fecha de su desaparición, sea reconocida como el Día Nacional del Alfajor.

Los mensajes fueron miles. Como el de Héctor Hekimoglu: “Mi vieja me compraba los Capitán del Espacio antes de entrar a la escuela. Me guardaba para el final las miguitas y hacía un embudito con el papel para no desperdiciar nada. Hoy tengo 50 años. ¡Mil gracias, Angelito!”.

El amor de la gente por los Capitanes no tiene límites.

Hoy, el Facebook del alfajor tiene más de 100.000 seguidores. En noviembre del 2014 sucedió algo que a Angelito le hubiera gustado ver. El titular de la Sedronar en ese momento, Juan Carlos Molina, viajó al Vaticano junto a un grupo de jóvenes que se recuperaba de las adicciones. Hablaron 40 minutos con el Papa, y cuando estaban por despedirse, Francisco preguntó: “¿Me trajeron eso?”. Uno de los chicos se adelantó y le entregó un obsequio, que, para Francisco, valía mucho más que la botella de whisky Balmoral que le regaló la reina Isabel II de Inglaterra. Los ojos del Papa se iluminaron pícaramente, y como un nene, agarró la caja de alfajores Capitán del Espacio.

El Papa Francisco recibió con placer una caja de los alfajores.

El alfajor no es para todos. Es difícil encontrarlo. Y la gente creo una solución. Un mapa en Internet que van actualizando y que indica los lugares donde se venden. Ejemplo: “Banco Nación Casa Central, un kiosquito que atiende una señora ciega”.

Así los van comprando. Descubriendo los lugares secretos donde se venden. Y compartiendo el placer de degustar un alfajor de pobres que hace felices a cientos de miles. Eso se llama solidaridad. Dulce solidaridad…

En Río Grande, sólo en Frappísimo

En nuestra ciudad, sólo Javier, propietario de la heladería Frappisimo, tuvo la visión para adquirir estos míticos alfajores. Los podés encontrar en calle Golondrina Patagónica 18.

 

Fuente: Clarín

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