Si Los Pumas perdieron los cuatro partidos que jugaron en el Rugby Championship 2014 fue por defectos propios y/o virtudes ajenas. Es que básicamente desaprovecharon el dominio de los forwards en la obtención frente a los Springboks, no supieron hacer una lectura táctica correcta del partido ante los All Blacks y regalaron un tiempo y medio contra los Wallabies; la mayor jerarquía de los tres mejores equipos del mundo hizo el resto. Sin embargo, en cada uno de esos cuatro encuentros sucedieron jugadas puntuales que despertaron la polémica y pusieron en la mira de los argentinos a los árbitros. Así, el irlandés John Lacey le sancionó varios penales en contra al scrum de Los Pumas cuando éste sometía al pack sudafricano en Pretoria; el neocelandés Steve Walsh vio un pase forward muy “fino” de Montero cuando Leguizamón se iba directo rumbo al try en Salta; el francés Pascal Gauzere todavía debe estar lamentándose del knock on que sólo interpretó él que había cometido Senatore luego de taparle lícitamente un sombrero a Ma’a Nonu e irse derecho al ingoal en Napier; y el también neocelandés Glen Jackson le cobró un extraño free kick a Cubelli (lo lógico hubiera sido “resetear” la formación; es decir, jugarla de nuevo) en un scrum favorable a Argentina a un puñado de metros del ingoal porque, según le dijo al medio scrum, nunca le había dado la orden de poner la pelota en juego; si el pack avanzaba, los argentinos hubieran llegado al empate en la última jugada del partido en Gold Coast…
El cordobés Ricardo Bordcoch integró durante cuatro años, entre 2001 y 2005, el comité de Selección de Referees del International Rugby Board (IRB), y habla de un “alto condimento de duda” en lo que atañe al rendimiento de los árbitros en los partidos de Los Pumas.
Es cierto que el rugby actual es cada vez más difícil de analizar por el alto grado de destrezas y de aptitudes físicas al que llegaron los jugadores; eso llevó a reducir los espacios y los puntos de contacto y por eso la exigencia de los referís debe ser permanente. Pero Bordcoch señaló dos cuestiones generales sobre el tema. “La primera se relaciona con la falta de cohesión entre los criterios plasmados en el campo de juego por los árbitros; hoy parece no haber un criterio uniforme en todo el mundo pese a que el IRB sostiene programas intensivos para tener las herramientos necesarias para dirigir de la manera correcta”, dice. Como ese criterio no se cumple hay dos variables: los referís ignoran la autoridad de quien imparte las reglas o simplemente no hay castigos para los que dirigen mal.
“El manejo de la actividad de los referís en el IRB está en manos de ellos mismos”, explica Bordcoch. “La supervisión política sobre sus desempeños está minimizada a la selección, designación y el ranking que está en manos de terceros para garantizar la imparcialidad”.
“Otro tema a explicar es un aspecto psicológico en el compartamiento del referí, que debe contar con una personalidad claramente definida”, continúa Bordcoch. “Aquí juegan diversos factores, pero el de mayor peso es el de la jerarquía del jugador que se referea”. En un ejemplo: no es lo mismo sancionar al neocelandés Richie McCaw que a Tomás Lavanini y por eso a estrellas mundiales, como lo es el mencionado capitán de los All Blacks, se les permiten ciertas licencias que al resto, no.
“La segunda cuestión viene de la mano de la jerarquía del equipo y aquí se entra en el terreno de los prejuicios: el sentido común indica que quien está mejor posicionado es el mejor”. Entonces, en ese momento, se inclinan las decisiones con un sentido equivocado.
La sensación, además, es que en general los árbitros son más exigentes con Los Pumas que con sus adversario. ¿Será el famoso “derecho de piso” que hay que pagar por sentarse a la misma mesa de los poderosos del Sur? Difícil responder afirmativamente porque este es el tercer Rugby Championship que juega Argentina…
El IRB tiene un año para lograr que al arbitraje del Mundial 2015 no lo tapen las sospechas. Los Pumas serán de los primeros interesados para que haya una claridad que hoy no existe.
Fuente: Mariano Ryan – Clarín
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