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Mujica no es el presidente más pobre del mundo

Según dicen, el flamante presidente de Nepal, Sushil Koirala, no tiene casa, ni coche, ni cuenta bancaria. Junto al de Irán, serían los tres mandatarios más austeros del mundo. Los tres han sufrido represalias por su militancia política

Sushil Koirala

Sushil Koirala, el presidente de Nepal, tiene 74 años y es soltero. Estuvo tres años en la cárcel y otros 18 en el exilio por su activismo político. Al regresar a Nepal le esperaban unos terrenos que le había dejado en herencia su padre. Renunció a ellos y se los dejó a sus cinco hermanos. No tiene casa ni coche. Vivía en un modesto piso de alquiler con su sobrino.

Platón estaría encantado con Sushil Koirala, José Mujica o Hasán Rohani, presidentes respectivamente de Nepal, Uruguay e Irán. Los tres comparten una característica que el fundador de la Academia juzgaba esencial en un buen gobernante: apenas tienen patrimonio. Razonaba el filósofo ateniense que solo quienes carecen de propiedades están en condiciones de tomar las mejores decisiones para el bien común porque de esa forma la codicia no mediatiza su comportamiento. No es extraño que con ese punto de partida el adjetivo platónico pasase a ser sinónimo de idealismo, ya que desde que existe el mundo el poder está asociado a la riqueza y el que más manda es por lo general también el que más tiene.

El triplete presidencial citado podría ser por tanto la excepción que confirma la regla. No es que Koirala, Mujica o Rohani sean unos ‘sin techo’, pero la austeridad de la que hacen gala los aleja del boato y el esplendor material que suelen rodear a casi todos los gobernantes. Koirala era hasta ahora un absoluto desconocido para el mundo occidental, pero la declaración de bienes que se han autoimpuesto los miembros del Gobierno de Nepal para quitarse de encima las sospechas de corrupción que pesan sobre ellos lo ha convertido en un personaje con un fuerte tirón mediático. No es muy habitual que las únicas posesiones de todo un presidente sean tres teléfonos móviles, uno de ellos estropeado.

Sabido es que Nepal dista de ser un país rico, pero suele ser precisamente en sitios así donde se acumulan las mayores fortunas. Mientras los 19 ministros que tiene el Gabinete nepalí han consumido decenas de folios haciendo un recuento de sus posesiones -edificios, acciones, joyas, coches, depósitos bancarios…- al presidente le ha bastado una línea para dejar constancia escrita de su patrimonio. Sushil Koirala no tiene ni casa, ni coche, ni acciones, ni tierras. Por no tener, no tiene ni cuenta bancaria, así que su secretaria le entrega su salario en metálico. Comprometido activista político desde su juventud, pasó tres años en la cárcel por su implicación en el secuestro de un avión en los años 70 y vivió luego un largo exilio de 18 años en la vecina India hasta la llegada de la democracia a Nepal.

Cuando regresó a su país tuvo noticia de que su padre le había dejado en herencia unas tierras cerca de la frontera con la India, pero prefirió que se las repartiesen entre sus cinco hermanos. Se instaló en un pequeño piso de alquiler en Katmandú que compartía con un sobrino. Al ser nombrado en 2010 presidente del Partido del Congreso se mudó a una casa más grande -en la anterior no se podían celebrar reuniones- cuya renta era sufragada por su partido. Ahora se aloja en la residencia presidencial y se desplaza por Katmandú en un coche que le prestan sus seguidores. Cuando tiene que salir de la capital, viaja en vehículos que le proporcionan las agrupaciones locales de su partido.

A sus 74 años y soltero, Koirala está acostumbrado a vivir con lo mínimo. Hace unos meses se ganó la admiración de los suyos cuando se supo que había devuelto las dietas por valor de 650 dólares que le correspondían por asistir a una conferencia internacional en Birmania. El único dispendio extraordinario en el que ha incurrido ha sido el tratamiento de un cáncer en Estados Unidos que ha sido costeado con fondos públicos. La divulgación de las declaraciones de bienes del Gobierno de Nepal le ha dado una proyección más allá de sus fronteras e incluso ‘The Washington Post’ se ha apresurado a adjudicarle el título de ‘presidente más pobre del mundo’.

Bonachón y cascarrabias

Koirala haría seguramente buenas migas con José Mujica, el gobernante que hasta ahora lideraba la tabla de los mandatarios más austeros. Al presidente de Uruguay, un político contra corriente que ha renunciado a la residencia oficial que le correspondía y que dona el 87% de su salario a un proyecto de viviendas para pobres, le llueven alabanzas de todas las partes del planeta y hay organizaciones que promueven su candidatura al premio Nobel de la Paz. Es llamado el Mandela de Latinoamérica y su estampa de abuelete bonachón y un poco cascarrabias despierta simpatías entre gentes de todas las tendencias políticas.

Como su colega nepalí, Mujica ha pasado parte de su vida privado de libertad por su activismo político. Guerrillero del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaro, sobrevivió a seis disparos de bala, entró en la cárcel con 37 años y no volvió a ver la luz hasta los 50. Ahora suma ya 78 y vive en la misma chacra -una modesta casa de campo- que ocupaba cuando se ganaba la vida cultivando y vendiendo flores antes de dedicarse a la política. Notables de todo el planeta peregrinan hasta Rincón del Cerro, el poblado donde está su casa, para hacerse una foto con él. Mujica acepta con resignación el papel que le ha tocado desempeñar mientras desgrana su particular ideario y gruñe cada vez que alguien le recuerda que la BBC le llamó el presidente más pobre del mundo. «¡Cómo voy a ser pobre si después de la donación nos quedan para vivir 45.000 pesos (unos 2.000 euros)!», protesta airado.

Como suele ocurrir en estos casos, es más popular en el exterior que en su propio país, donde muchos se sienten molestos al tener un presidente reacio a ponerse un traje y que aparece en todas las fotos vistiendo unos viejos pantalones de pana y calzado con unas sandalias. Mujica aprovecha la expectación que suscita el personaje que se ha construido para sembrar las semillas de un ideario que combina el idealismo de su militancia juvenil con el pragmatismo que ha asumido durante sus años de actividad política. No es pesimista respecto al futuro, pero lamenta el escaso margen de maniobra que tiene la clase política ante las presiones de los grandes grupos económicos, que son a su juicio los que tienen la sartén por el mango. «Ya no es el perro el que mueve la cola, sino que la cola mueve al perro», suele repetir en una metáfora que ilustra el nuevo reparto del poder en el mundo.

En Irán, donde vive nuestro tercer protagonista, los políticos no hacen declaraciones de bienes. Tampoco es un país que haya hecho de la transparencia su seña de identidad, pero sí es el que asigna oficialmente el salario más modesto a su primera autoridad: 3.000 dólares mensuales. El receptor del sueldo es Hasán Rohani, un clérigo musulmán que accedió a la presidencia de Irán el pasado mes de agosto. Rohani, de 65 años, es algo más joven que los otros dos presidentes con los que comparte el podio de la austeridad, pero su vida ha estado también marcada por la política. Forjado en una familia de fuertes convicciones religiosas que rechazaba el aperturismo a Occidente del sha Reza Pahlevi, recibió una educación islámica y muy pronto se sumó a las filas de los que defendían un cambio de régimen.

Conoció el exilio y tras la caída del sha pasó a formar parte de la nueva clase gobernante iraní. Acostumbrado a la disciplina algo ascética de los clérigos musulmanes, se sabe poco sobre su vida privada aunque en sus apariciones adopta siempre una actitud contenida que está en consonancia con su condición de religioso. Como Koirala y Mujica, no parece que Rohani se haya encaramado al poder para ganar dinero. Puro espíritu platónico.

(www.elcorreo.com)

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