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La Patagonia rebelde

A 92 años de uno de los grandes genocidios impunes en la Argentina. Columna de opinión del secretario Gral. de la CTA Santa Cruz.

 

Patagonia Rebelde

La Patagonia Rebelde

Por: Alejandro Garzón (ACTA)

Hace 92 años que el Ejercito Argentino al mando del Coronel Varela, del Regimiento 10 de Caballería, fusilaba a más de 1.500 obreros rurales en la Provincia de Santa Cruz, los cuales sólo solicitaban que se cumpla con el primer Convenio Colectivo que se había firmado con la Sociedad Rural, el gobierno de Santa Cruz, la FORA y el propio Varela un año antes de la gran huelga general.

Lo grave de esto es que los asesinaron en democracia y sin juicio previo. Una masacre que, en realidad, no tendría que haber pasado porque sólo reclamaban que se cumpla con lo acordado. Exigían cien pesos por mes, que las instrucciones del botiquín estuvieran en castellano y no en inglés, que se les diera un paquete de velas por mes para iluminarse de noche, que se humanizaran las condiciones de vida y trabajo en las estancias entre otras cosas.

Los latifundistas de la Sociedad Rural que eran dueños de esas tierras por contactos políticos y no por derecho como pasa actualmente, eran dueños de las vidas de los obreros los cuales eran tratados un poco mas como esclavos, estos los despreciaban y mas aún si eran anarquistas.

A los que eran chilenos les pagaban menos que a los argentinos, que eran los menos, no tenían derechos laborales pero tenían una gran conciencia y solidaridad de clase. Muchos tenían miedo de alzarse en armas o exigir al patrón lo que era un derecho ganado, pero la capacidad de convencimiento y de liderazgo como fue la de Antonio Soto (El Gallego) y José Font (Facón Grande) rompía con ese miedo que intentaba a muchos paralizarlos. Ayer como hoy, estos obreros eran los que generaban la riqueza para que los que los oprimían puedan disfrutar de todos los lujos que les daba su posición económica.

Eran anarquistas y tenían una capacidad envidiable para organizarse. Todas las decisiones eran tomadas en asambleas, el respeto por el compañero era una constante, se practicaba y se impulsaba la lectura, la concepción política era también que el obrero debía formarse. Por eso en las instalaciones de la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) en Río Gallegos, Antonio Soto con alegría informa que se había adquirido con esfuerzo una de las armas más potentes para la clase trabajadora que era un mimeógrafo, entendiendo así que la prensa también sirve para organizar.

Mucho se ha escrito y mucho se ha tergiversado por parte del Ejército Argentino y la historia oficial sobre las huelgas obreras en Santa Cruz. Debo decir que hay algo que me ha cautivado de esta historia, es cuando los obreros en una asamblea en la Estancia La Anita (Calafate) tenían que resolver si continuaba la huelga o se rendían al Ejército.

Un suboficial llega a “La Anita” y pide rendición incondicional a todos los huelguistas. Los dirigentes piden plazo de una hora y reúnen la asamblea. Farina está por la aceptación, Pablo Schulz más que nunca, por resistir. Antonio Soto pronunciará el discurso de su vida. En tono más que dramático, a los gritos, llama la atención de todos:

«Os Fusilarán a todos, nadie va a quedar con vida, huyamos compañeros, sigamos la huelga indefinidamente hasta que triunfemos. No confiéis en los militares, es la traílla más miserable, traidora y cobarde que habita la tierra. Son cobardes por excelencia, son resentidos porque están obligados a vestir uniforme y a obedecer toda su vida. No saben lo que es el trabajo, odian a todo aquel que goza de libertad de pensamiento. No os rindáis compañeros, os espera la aurora de la rendición social, de la libertad de todos. Luchemos por ella, vayamos a los bosques, no os entreguéis.»

Se golpea los puños, se pega en el pecho, grita, hasta se le caen las lágrimas al «Gallego» cuando la gente no responde nada. Ahí está Antonio Soto, alto, con una gorra revolucionaria, hablando de lo que es la libertad. Trata de levantar con sus palabras un ánimo definitivamente muerto y conforme ya con su suerte. Soto no quiere darse por vencido, es ésa su última asamblea, allí, frente a ese paisaje maravilloso.

«Sois obreros, sois trabajadores, a seguir con la huelga, triunfar definitivamente para conformar una nueva sociedad donde no haya pobres, ni ricos, donde no haya armas, donde no haya uniformes ni uniformados, de haya alegría, respeto por el ser humano, donde nadie tenga que arrodillarse ante ninguna sotana ni ante ningún mandón. »

La asamblea vota y por gran mayoría se acepta la moción de Farina de rendirse en forma incondicional. Pablo Schulz dice que está absolutamente en contra pero que acatará la decisión de la mayoría. Soto, en cambio se va a rebelar contra la decisión y se despide diciendo: “Yo no soy carne para tirar a los perros, si es para pelear me quedo, pero los compañeros no quieren pelear”. Lo siguen apenas doce hombres guiados por el “guatón” Luna. Montan a caballo en las primeras penumbras del atardecer. Se van como fantasmas. Se dirigen a la cordillera. No saben qué destino les aguarda pero muestran una última rebeldía: no aguantar la humillación.

Se rinden, son tomados prisioneros y alojados en un galpón de la estancia donde a cada uno de los obreros lo hicieron tener prendida una vela y al que se le apagaba era fusilado, según lo informado por un agente del ejército, al otro día caminando hacia un lugar de la estancia se veían obreros muertos desnudos y atados al alambrado de la estancia. Muchos eran delegados sindicales a los cuales los obligaron hacer su propias tumbas, pero es ahí el valor de acatar el mandato de asamblea sabiendo que iban rumbo a la muerte.

Pablo Schulz (El Alemán) en la fila para ser fusilado camina y se pone en frente de cada compañero y con su mirada fija a los ojos, extiende su mano a cada peón rural como dando las gracias por haber peleado por sus ideales y haber sido parte protagónica de esa utopía de que se le respeten sus derechos. Luego fueron asesinados cobardemente.

Todos de una u otra forma, especialmente los que somos sindicalistas, sabemos y mamamos la historia del movimiento obrero y luchamos contra la injusticia que impone el sistema y obviamente que repudiamos esta gran matanza de nuestros compañeros de clase y exigimos, por si no lo hicieron, que el Ejército y la Unión Cívica Radical hagan una autocrítica y pidan perdón a los familiares de nuestros compañeros y a la clase trabajadora en su conjunto.

Y a la Sociedad Rural decirles que no habrá día que este pueblo obrero no recuerde que ustedes fueron quienes con la Embajada Británica para cuidar sus intereses económicos motivaron al gobierno argentino de aquel entonces a mandar las tropas del Ejército para asesinar a nuestros compañeros.

Alejandro Garzón es Secretario General de la CTA Santa Cruz.

(Fuente: argenpress.info)

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