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Newell’s y Central jugaron un picado contra la violencia

En la previa del clásico, fueron a un potrero de Villa Banana, uno de los asentamientos más postergados de la ciudad. El domingo 20 se enfrentan en Arroyito.

Abreu picado

La ciudad de los pobres corazones, según la definió Fito Páez en una de sus tantas  canciones referidas a su Rosario natal, se convirtió ayer por unos instantes en la ciudad de los grandes corazones. Jugadores de Newell´s y de Central se entremezclaron con los vecinos de Villa Banana, uno de los asentamientos más postergados de la ciudad, con la intención de demostrar que es posible un fútbol en paz y sin violencia. Los futbolistas, cada uno con su camiseta, los leprosos con la roja y negra y los canallas con la azul y amarilla, animaron un pintoresco e inolvidable picado en uno de los potreros del barrio.

Los cientos de chicos que juegan día y noche en la canchita de barrio Triángulo, el único rectángulo que le da pelea a una realidad cruel y cruda por donde se la mire, aún se frotan los ojos. No saben si lo que pasó fue real o si vivieron un sueño del que no quieren despertar. Sus ídolos, a esos que intentan emular cuando agarran una pelota, jugaron un mini clásico a metros de sus casas, en el potrero donde se criaron.

Hasta allí se llegaron Nahuel Guzmán, Diego Mateo, Cristian Díaz y Kurt Lutman (ex jugador), por parte de Newell´s, y Sebastián Abreu, Matías Ballini, Lisandro Magallán, Manuel García y Federico, otro ex futbolista, por el lado de Central, para gritar a los cuatro vientos que no todo está perdido. Que Rosario puede vivir un clásico en paz. En las risas, en los abrazos, en cada aplauso, en cada foto, en cada autógrafo firmado se replicó el mismo mensaje: el domingo 20 de octubre la ciudad debe gozar y disfrutar de un derby sin violencia

El partido de ayer –terminó 2 a 2 con dos goles del Loco Abreu, uno de Lutman y otro del Patón Guzmán– fue organizado por dos hinchas que, como la gran mayoría de la ciudad, anhelan erradicar la irracional violencia que envuelve al clásico. Guillermo Morales, centralista él, y Beltrán Ruiz, un leproso desde la cuna, se encargaron de la organización junto al Centro Comunitario Comunidad Rebelde, creado luego de que los vecinos desmantelaran un bunker de drogas en barrio.

“Estar acá es un poco palpitar lo que se viene. Dejar de lado todas las boludeces que se tratan de instalar cada vez que se acerca un clásico. La lección es que se puede convivir, que se pueden hacer estas cosas”, explicó el Patón Guzmán, un gigante bajo los tres palos y un fervoroso militante por una ciudad más justa cuando se saca los guantes. Un de los tantos rosarinos con grandes corazones.

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