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Chubut: Deberán indemnizar a familiares de víctima de mala praxis

Un caso inédito en Puerto Madryn. La familia de un paciente fallecido demandó a la Provincia por mala praxis y daño moral. La Justicia le dio la razón y ordenó el pago.

Hospital Isola_PMadryn

El Estado chubutense deberá pagar 15 mil pesos a cada uno de los 5 hijos de un hombre que fue baleado en febrero de 2004 pero no murió por el proyectil sino culpa de una gasa que los cirujanos olvidaron en su cuerpo, tras operarlo de urgencia en Puerto Madryn. La suma total por la mala praxis y el daño moral superará largamente los 75 mil pesos, ya que se computarán intereses desde la fecha del deceso: 25 de febrero de 2004. El fallo original data de setiembre de 2012, cuando al caso lo analizó la Cámara de Apelaciones de la ciudad del Golfo. El 31 de julio de este año lo confirmó la Sala Civil del Superior Tribunal de Justicia.

La medianoche del 15 de febrero de 2004, E. V. fue baleado en el abdomen. En el Hospital “Dr. Andrés Isola” lo operaron médicos de guardia, a cargo de J.R.. Dos días después sufrió alteraciones en sus signos vitales y pérdida de la conciencia. Murió el 25 de febrero. Según la autopsia, fue a causa de un shock séptico irreversible, originado por un “cuerpo extraño en su cavidad abdominal”: una gasa quirúrgica usada en la laparotomía que le practicaron.

Sus hijos (A. H., G. S., L. A., M. I. y B. N. V) demandaron al hospital público por mala praxis, producto de “la deficiente atención, el olvido de una gasa dentro del cuerpo del paciente y la posterior atención negligente en el post operatorio”.

DEFENSA

Pero según los abogados del Estado, la víctima era de edad avanzada y padecía una diabetes mal medicada. “Se le practicó una laparotomía exploratoria, maniobra riesgosa pues debe sumarse a la enfermedad propia del paciente”, dijeron los defensores de la Provincia, que concluyeron que murió “por la sepsis producida por la bala en su cuerpo”. E insistieron: “La intervención y posterior tratamiento respondieron a los estándares del buen arte de curar, pese a lo cual resultó una complicación derivada del tipo de lesión y la situación vital del paciente”. Pese a esta defensa, los camaristas recordaron que “entre los yerros más frecuentes en prácticas quirúrgicas está el olvido de instrumental o material de hemostasia, como gasas, pinzas, etcétera, en el interior del cuerpo del paciente”. Y es deber profesional de los médicos “mantener las constantes vitales del paciente en condiciones óptimas antes, durante y después de la intervención”.

TESTIMONIO CLAVE

La declaración del forense Herminio González fue clave: tras la autopsia explicó que la bala se alojó “sin mayores signos hemorrágicos” y “no dañó vejiga ni intestino grueso”. Para el médico, la inflamación generalizada y mortal “se originó en un objeto extraño de dimensiones considerables (apósito quirúrgico) hallado en la cavidad abdominal”. Era una gasa doblada en dos, de 10 por 15 centímetros, que no correspondía a ningún tratamiento terapéutico ni debía estar en ese lugar. “No pudo haber ingresado por las cavidades naturales ni por un drenaje quirúrgico, por lo que se desprende que es un olvido en el acto de laparotomía”. La bala no había afectado órganos vitales ni vasos sanguíneos importantes. En esa zona “no presentaba signos inflamatorios significativos, mucho menos un cuadro de infección”. Es más: la víctima pudo haber seguido con el proyectil alojado en ese lugar sin complicaciones.

“El cuerpo extraño, por su localización originó una complicación infecciosa que en su conjunto determinan el cuadro de sepsis generalizada que es por lo cual este hombre tuvo un fallo multisistémico y lo condujo al óbito, más allá de los tratamientos que se le hicieron”.

La laparotomía no es mortal “salvo complicaciones de toda intervención quirúrgica”, dijo el forense. Y si la gasa no hubiese estado allí, “con elevada probabilidad no se habría producido la muerte”. El forense explicó que una gasa puede quedar en un cuerpo “para en una segunda operación retirarla, o bien, ser un olvido”. Cuando es una maniobra quirúrgica planeada, el cirujano se lo informa al responsable del cuidado postoperatorio y avisa cuando retira tal objeto. “De haberse retirado la gasa se hubiese hecho una asepsia, a través de una maniobra con sus riesgos, pero podría haberse evitado una consecuencia tan gravosa. El problema de la gasa es que es un caldo de cultivo”.

Para que una gasa cause una infección deben pasar entre 48 y 72 horas. En ese tiempo debe sacarse. “El apósito se contamina con el derrame del contenido intestinal. Es un repositorio de gérmenes. La infección encontró un medio ideal”. La fiebre alta y demás síntomas tras la operación debieron hacer sospechar a los médicos de una infección general, para que hagan algo.

DETALLES

En la historia clínica no figuró que el cirujano hubiese dejado constancia de la colocación de gasa para una reintervención. “El actuar de los médicos no fue el adecuado: tras haber olvidado una gasa en el abdomen del paciente, inadvirtió luego la presencia de fiebre, sin indagar adecuadamente las causas del proceso infeccioso. Obraron con negligencia e impericia”. Según la justicia, la diabetes no influyó en la muerte ni tampoco la edad de la víctima: 72 años.

La Provincia no sólo negó la existencia de la gasa sino que le restó importancia al hallazgo, achacando la muerte al efecto de la bala. “La fuerza de los hechos demuestra que existió un descuido en el retiro de las gasas que es imputable al cirujano, encargado de remover los objetos que quedan dentro del cuerpo”.

Así las cosas, “está justificado el incumplimiento de los profesionales médicos dependientes del Hospital Subzonal de su obligación de poner el máximo de cuidado, diligencia y previsión a efectos de evitar que se produzcan consecuencias dañosas”.

Como quienes reclaman son los hijos de la víctima, “dada la estrechez del vínculo biológico y espiritual, cabe admitir la lesión a las legítimas afecciones de estos últimos ante la muerte de su progenitor”. El deceso “produce la afectación profunda de los más íntimos sentimientos”. Y aunque ya tenía 72 años, “el dolor que causa la muerte de una persona amada no se aminora por razón de sus expectativas de vida”.

(elpatagonico.net)

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