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El moribundo | Juan Manuel Herbella

El paciente está enfermo. No es algo nuevo: lleva años infectado. Su estado, en líneas generales, es estable pero desmejora progresivamente. El virus lo consume por dentro. Las manchas, que se acumulan en la superficie, aparecieron hace largo tiempo. Al principio pensó en ocultarlas, la vergüenza era grande; hoy son tantas que no se altera […]

El paciente está enfermo. No es algo nuevo: lleva años infectado. Su estado, en líneas generales, es estable pero desmejora progresivamente. El virus lo consume por dentro. Las manchas, que se acumulan en la superficie, aparecieron hace largo tiempo. Al principio pensó en ocultarlas, la vergüenza era grande; hoy son tantas que no se altera por la irrupción de una nueva, es más ya ni siquiera las cuenta. Aquellos que lo querían y lo acompañaban, se fueron alejando de manera progresiva. El paciente, postrado por la enfermedad, intenta mentalmente rememorar los hechos.

Primero fueron las mujeres mayores y los niños pequeños. En su momento no se preocupó por la partida, eran épocas de apogeo y estos necesitaban más atención que el resto, su alejamiento era como sacarse un peso de encima. Atrás de mujeres y niños, se alejaron los abuelos. Tampoco se preocupó en demasía, seguía concurriendo mucha gente y los más viejos eran los que siempre, ante una eventualidad, reaccionaban más lento y eso lo complicaba.

Con los jóvenes y adultos, la historia fue distinta. El moribundo observaba como, de repente, se acabó la camaradería y surgió la disputa por su amor. Al tiempo eso también quedó atrás y la pelea comenzó a ser más grosera y apuntaba a quedarse con los negocios. Para vigilarlos, los que regulaban el acceso, primero los despojaron de sus banderas, así podían identificarlos más fácilmente. Luego, al no poder controlarlos, pese a tenerlos claramente identificados, decidieron prohibir (un par de veces) la entrada de las visitas más humildes. Nadie reaccionó, ni siquiera el moribundo, que siguió como si nada pasara aunque, en algunas oportunidades, tuvo que festejar o sufrir en soledad. No faltó mucho para que la medida se instaurara permanentemente.

El fútbol argentino es un paciente enfermo y de variadas causas. A medida que pasan los años, es cada vez más frecuente asistir a espectáculos deportivos de nula brillantez y escaso juego. Los jóvenes futbolistas, que ni bien surgen se destacan, emigran tan rápidamente que es imposible seguirles el rastro. Hay muchos estadios donde las comodidades para observar el partido son pésimas y ni hablar del acceso: con el público amuchado y la policía montada dando bastonazos a diestra y siniestra. La televisión obliga a disputar partidos en horarios irrisorios. Los negocios espurios ya son de público conocimiento, es tan así que en estos meses la palabra triangulación cambió de acepción: antes era una combinación de toques, ahora se aplica a las transferencias que buscan pagar menos impuestos. No hay jornada de fin de semana sin que surja un hecho violento: ya sea dentro de una misma hinchada, de esta contra otra o frente a la policía. La muerte es una visitante frecuente en los últimos torneos.

Muchos se rasgan las vestiduras pero, aquí, nadie está exento. La nueva fecha de los torneos argentinos se disputará con la prohibición total de asistencia para el público visitante: un parche, una medida simplista que ya demostró su inoperancia en los torneos de ascenso. Con todo esto la gente se encuentra cada vez más lejos de las canchas y el moribundo fútbol argentino se encuentra cada vez más solo.

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