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Insólito fin para un «romántico» gremialista chaqueño

La policía debió rescatarlo de la iracunda persecución del marido de su amante. En su huida desnudo por los techos sufrió lesiones y cortaduras.

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(Resistencia, octubre 22 de 2012/diario Norte) – La lucha gremial está repleta de sinsabores, y a veces los dirigentes más combativos necesitan de algo que los haga sentir mejor. Es lo que habrá pensado un conocido hombre del sindicalismo provincial que buscó ser confortado por una de sus amigas, decidió olvidarse por un rato de las medidas de fuerza y fue sorprendido por el marido de su benefactora. ¿El resultado?: un torbellino de furia que lo obligó a escapar desnudo por los techos del vecindario, hasta que la policía lo rescató con múltiples lesiones.

El nombre del protagonista central de la historia es conocido, y fue confirmado a NORTE por fuentes seguras, pero como el muchacho finalmente no cometió ningún delito y a lo sumo hundió alguna chapa-, conviene ser generosos y mantenerlo en reserva. Aunque eso no quita que se puedan dar algunas pistas.

Malos cálculos

El dirigente es secretario general de un gremio que no tiene demasiados afiliados pero es parte de un conflicto que se agravó en los últimos meses y generó reclamos de otros sectores. Por lo visto, entre marchas y protestas, el hombre logró cultivar una amistad muy estrecha con una compañera de trabajo. Hasta allí, todo bien.

Pero los malos pensamientos llegaron con el correr de los días. Y así como en el origen de los tiempos Eva no pudo resistirse a darle un mordisco a la manzana, algo parecido le pasó al luchador de nuestro relato. Aunque su error fue más grave, porque en lugar de dedicarse a la fruta en algún lugar neutral, decidió jugar de visitante. Es decir, en la casa de ella.

Es que la muchacha de la historia no estaba sola en la vida. Estaba casada, y no precisamente con el dirigente gremial. El destino comenzaba a tejer un mal momento.

El asunto reventó el jueves por la noche. Nuestro galán, seguramente convencido de que en la lucha gremial siempre hay que dar todo, fue a hacer eso mismo a la casa de su compañera. Y se involucró tanto en la faena que no advirtió a tiempo que a la casa había llegado alguien, y no era Cupido. No, era el esposo engañado. Habían calculado mal los tiempos, o como en aquella célebre representación de Les Luthiers- se había producido una nueva escasez de rinocerontes.

Saltos olímpicos

El gremialista y su anfitriona se sintieron de repente en medio de una película de terror. Los gritos y golpes en paredes y puertas que daba el recién llegado hicieron que el dirigente entendiera rápidamente que no era el momento de intentar el camino del diálogo. Tampoco había manera de pedir una conciliación obligatoria que impidiera la paliza. Concluyó que lo único que cabía era bajar la bandera de lucha (que, de hecho, ya se había bajado sola ante el nuevo contexto) y emprender la huída.

El escape mostró el buen estado físico del intruso. Como si estuviera entrenado para las pruebas de atletismo más duras de una competencia olímpica, llegó al patio de la casa en dos milisegundos, saltó cual gato humano y comenzó a cruzar muros y techos. Atrás, la ira del sujeto traicionado seguía escuchándose.

Llegó entonces la parte dolorosa, y el muchacho del relato se encontró con cuán perjudicial puede ser el hecho de vivir en una sociedad ganada por el miedo a la delincuencia. Lo constató del peor modo, cuando se topó con paredes repletas de vidrios antirrobos, púas, cables electrificados y otras previsiones ciudadanas.

Para colmo, la muchacha infiel vive a pocos metros de la residencia del gobernador, sobre la calle Saavedra. Los policías que custodian el lugar percibieron gritos y golpes en las proximidades, y pidieron refuerzos. Llegaron varios patrulleros.

El final es penoso. Los uniformados encontraron al dirigente sindical exhausto, abatido por tanto esfuerzo físico y repleto de lesiones y cortaduras. Parecía un hombre de la Roma antigua que volvía de una batalla. Estaba cubierto apenas con una sábana, que usaba como si fuera una toga, y seguramente maldecía el momento en que decidió ahorrar los 70 pesos de un turno de albergue transitorio.

La policía alejó a los curiosos y lo puso a resguardo. Como dijimos al principio, la lucha gremial está repleta de sinsabores.

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