
Un contrato. Los códigos. La clase. Los egos. Juan Román Riquelme y Mauricio Macri. Román y el macrismo. Daniel Angelici como continuidad de un modelo; uno que no incluye al diez. Como tesorero, se negó a la renovación por cuatro años del ídolo, el que se animó en 2001 a desafiar al mentor del actual presidente de Boca con un gesto infantil. El Topo Gigio era Riquelme en pose; quería escuchar. Riquelme mandaba en la cancha y acababa de convertirle un gol a River. Macri miraba desde el palco. “Para Mauricio fue el plebeyo rebelándose al rey”, grafica un ex dirigente de Boca. Fue la alegoría que atraviesa el eje actual, el que derivó en la renuncia menos esperada. A Riquelme lo desgastaron, le erosionaron el entorno y apoyaron al entrenador más anti Riquelme que tuvo Boca. Falcioni fue sostenido en el cargo incluso cuando estaba servida en bandeja la posibilidad de echarlo, tras el episodio del 14 de febrero en Venezuela. Ese día se evidenció la paranoia que Riquelme siempre intuyó del entrenador; fue la vez que el plantel sintió que a Falcioni lo traicionó el inconsciente y le gritó a Darío Cvitanich lo que musitaba en otros ámbitos. El Código Riquelme tiene una regla de oro: no se perdona la traición.
El diez sintió lo mismo cuando Macri dejó trascender su contrato. Por cuestiones personales vinculadas con su padre, había pedido reservas. Pero cuando la prensa cuestionó que uno de los mejores jugadores de Boca percibiera un sueldo de primer contrato, Macri dejó trascender el dato secreto. El disparador fue una oferta del Parma. La comisión directiva de Boca le pidió al club italiano 14 millones de doláres por su pase. El enganche se enojó. Consideraba que no podía valer semejante cifra si su salario era de, apenas, 1.500 pesos. Hasta la redacción de Olé llegó la copia del recibo de sueldo, de 5.788 pesos. El periodismo sació su avidez por saber y Macri espantó las eventuales críticas. Para Riquelme ya no hubo vuelta atrás.
Hacer lobby. “Jorge, sacátelo de encima, es un negro de mierda”, le sugería Macri a Ameal, en tiempos en que el Rey de esta historia estaba lejos del sillón de Boca. Macri trataba de quebrar la decisión de Ameal, que tenía como carta de aval a su política la renovación del contrato de Riquelme por cuatro años. En el Hotel Emperador, los dirigentes habían acordado la continuidad de Román en los términos en que pretendía el jugador. Ameal le dio vía libre a Juan Carlos Crespi para que viajara con la Selección argentina; creía que el preacuerdo era un pacto de honor, que no haría falta el voto del vice para refrendarlo en Asamblea. Error. Cuentan que Macri operó desde las sombras y torció voluntades. Al punto que fue necesario el voto con valor doble de Ameal para definir el resultado. Si hasta Oscar Ríos, entonces titular de la Agencia de Control encargada de habilitar las obras civiles, fue a votar en contra de Riquelme, mientras los canales de noticias le dedicaban horas de pantalla a un derrumbe en la Ciudad, con un muerto incluido.
Angelici sostenía que ese contrato tan extendido ponía en riesgo las finanzas del club. Abogaba por un año; concedía dos. En definitiva, lo que duró Riquelme en Boca luego de su última firma. La convivencia entre el capitán y el presidente de Boca fue de respeto, aunque con desconfianza. Siempre hubo recelo, palabras medidas. Cuando pudo, Román expuso a Angelici; es estratega, también, fuera de la cancha: “Cada vez que me cruza en un pasillo, el presidente me pide perdón”, reveló. Angelici lo desmintió. Se trataba de marcar contradicciones, de imponer poder; es el ego.
Encerrado. Desgastaron a Riquelme. De a poco, con maquillaje, sin que se note. Riquelme sabía que era él o Falcioni, que así no era feliz, que sus jugadores –él lo asume así– no eran felices. Roncaglia viajó a Brasil por Riquelme; el diez tiene poder. Ayer Roncaglia, que no suele tener un discurso petardista, disparó: “El seguro era una cargada, me querían cagar”. Al DT lo criticó elípticamente: “Mejor ni hablar de Falcioni”. Ese desmanejo afectó a Riquelme. Tanto como la ratificación de Angelici al entrenador, más allá del resultado de la final. Román no aguantó: “Me vacié”. Lo cansaron, pasó. Y se fue.
Sin retorno. Macri trajo a Riquelme del Villarreal para jugar la Copa Libertadores; el éxito garantizaba la continuidad del modelo. A fin de ese 2007 había elecciones. Una vez electo, el fallecido Pedro Pompilio apostó por repatriar al ídolo: desembolsó 15 millones de dólares por el pase de Román y tres años de contrato; Macri criticó duramente, por la movida, a su ex compañero de fórmula.
“No sirve, pudre al plantel”, repite el jefe de Gobierno, emparentado con Palermo y Barros Schelotto, los futbolistas PRO. Los hombres que volverán al club una vez terminada la era Riquelme.
El diez se fue y no habrá comité (Angelici, José Requejo, Juan Carlos Crespi y César Martucci serán los voceros de la comisión directiva) que lo convenza de lo contrario. Lo dijo Angelici: “Conociendo a Riquelme, es difícil que siga”. La lucha ideológica que empezó hace 14 años parece haber llegado a su fin.
Fuente: Perfil