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Ayrton Senna, dueño de su era

Hoy se cumplen 18 años del fatal accidente que le costó la vida al brasileño, tri campeón mundial de la Fórmula Uno.

Reza la placa de bronce que emerge del césped: “Ayrton Senna  1960 – 1994  Nada podrá separarme del amor de dios”. Esta leyenda inunda los ojos de miles de fanáticos y admiradores, que provenientes de los más recónditos lugares del planeta, llegan hasta la colina que se ubica en el centro del cementerio parque ubicado en el barrio de Morumbí, en la ciudad brasileña de San Pablo.

Oficialmente, el deceso de Arton Senna se produjo a las 18:40 horas  del 1 de mayo de 1994 en el Hospital Maggiore de Bolonia. El sentido común indica que, de acuerdo a la gravedad de las lesiones sufridas en su cabeza, el brasileño estaba técnicamente muerto inmediatamente después del fuerte golpe sufrido en la séptima vuelta de aquel fatídico Gran Premio disputado en San Marino.

“Beco”, como lo apodaba en su infancia, amaba lo que hacía y le dedicó su vida a perfeccionar el arte de conducir, haciendo un culto del trabajo y del respeto por su pasión a las carreras de autos. Esa personalidad introvertida con un aura de misticismo  motivó e inspiró a toda una generación y su entrega lo hizo un piloto casi perfecto…aunque frágil como cualquier otro mortal. Posiblemente el shock que provocó su fallecimiento, haya sido más increíble por el aura de indestructible que suele envolver a los iluminados.

Acaso a la distancia,  no sea necesario más que el recuerdo de su entrega y devoción por el manejo de un auto de carreras. Esa mítica que irradió en una década de permanencia en lo más encumbrado del automovilismo mundial dejó una huella indeleble y marcó una bisagra en la historia de la máxima categoría mundial.

Ayrton mantuvo siempre una especial relación de respeto y mutua admiración con Juan Manuel Fangio y figuras del automovilismo nacional como Juan María Traverso y Luis Rubén Di Palma se han declarado admiradores del piloto paulista.