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Michael Bublé en Córdoba: El mundo en sus manos

El Orfeo cordobés se rindió ante el histrionismo, la voz y el espectáculo que Michael Bublé dio anoche. Habló hasta de La Mona y estuvo Luisana en la platea.

Si Michael Bublé no se había metido en alguno de los bolsillos de su saco a los cuatro mil y pico que colmaron lo que había disponible en el Orfeo cuando dijo «Buenas noches, soy La Mona Jiménez», lo iba a hacer minutos más tarde, a la segunda canción, al invitar a dos incrédulas fans de la primera fila a sacarse una foto y firmarles autógrafos.

Es que el papel del canadiense está claro: él es el equivalente a un chico de barrio que soñaba con cantar en el Madison Square Garden las canciones de Sinatra que tanto le gustaban a su abuelo. Y en ese plan, disfruta tanto de presentar a su banda como si fueran de veras sus hermanos y amigos de la vida, como de bromear constantemente con la audiencia.

La cosa es que su banda son cerca de 20 músicos, por lo que la introducción puede tomarle tranquilamente 15 minutos de charla. Con aires de showman consumado, el tipo del traje negro brilloso tira besos, se mueve con una sensualidad torpe a propósito, le habla a Luisana que está con todos los Lopilato en la platea (y que se llevó diez minutos de atención en la previa, casi como si fuera una parte del show), juega al beatbox, hace chistes que nadie reiría en cualquier otra situación, hace un acting de cada canción y entre otras cosas, canta.

Puenteando la veta pop que cultivó en sus últimos discos con composiciones propias, el repertorio de este Crazy Love Tour infinito que pasó por Córdoba (y con un número de localidades vendidas que superó las primeras expectativas), juega apuestas seguras, las mismas que le valieron su prestigio de sucesor del viejo Ojos Azules y tener a sus pies, como soñaba, el Madison Square Garden neoyorquino.

Mack the Knife, All of me, Cry me a river, Feeling good, Crazy love, Georgia on my mind, Michael Jackson, los Beatles y hasta I gotta feeling de Black Eyed Peas, suenan imponentes en las manos de este auténtico semillero de músicos que Michael en persona supo reclutar años atrás de las mejores escuelas de Estados Unidos, y con el marco de una puesta sobriamente lujosa, cuidada al extremo del detalle.

Uno de los más salientes fue la previa, con una impresionante actuación de Naturally 7, compuesto por siete maestros en el arte del beatbox (cantar a capella simulando sonidos de los instrumentos), que dejaron el escenario calentito para el plato principal. Por supuesto, subieron invitados luego por Bublé en medio del show, aunque no pudieron robarse la noche: fue justo el momento elegido por el grandote rubio para mezclarse entre el público, para desesperación de los seguridad. Repartió apretones de manos, sonrisas y tomó prestada una cámara de la mutitud para un primerísimo primer plano que posiblemente no será borrado jamás de esa tarjeta de memoria.

«Lo siento por la gente que pagó por estar allá adelante, porque yo estoy acá con ustedes», dijo antes de dedicarnos a todos los argentinos Home, como para que nos sintiéramos, también, como en su casa mientras las pantallas gigantes mostraban la Catedral de Córdoba. Lo disfruta, Michael. Casi tanto o más que cantar, el baño de multitudes le produce lo opuesto al miedo escénico: ese es su estado natural y lo surfea muy cómodo.

A show terminado, hay que decir que el mayor y más importante aporte de Bublé es su rol de amenizador de un género que de otra manera no llegaría al target etario que fue mayoría anoche en el domo. El jazz de estándares y big bands tiene en ese joven de cara redonda y gestos sensibles, si no a un nuevo Sinatra (sería demasiado pedir) a un excelente intérprete y guardián del cancionero (norte)americano.

El mismo que pasó por aquí anoche para dejar una muestra de su talento y ubicuidad escénica. De la «Bubblemanía». Y mucha música.

Fuente: La Voz del Interior