Publicado en

Ahora la van a tener que escuchar

Susana Rinaldi se baja del escenario y se sube, finalmente, a la política.

La voz privilegiada que le conocemos seguirá siendo su instrumento principal, pero de otra manera. Si logra hacer vibrar a la política como lo ha sabido hacer desde el espectáculo, su éxito está asegurado. No le será fácil, pero le sobra energía.

A diez años de que le birlaran su banca de senadora (el episodio se judicializó y su ahora admirada Cristina Kirchner, entonces a cargo de la Comisión de Asuntos Constitucionales de la Cámara alta, convalidó la fórmula Gustavo Beliz-María Laura Leguizamón, pese a haber tenido menos votos que la dupla Alfredo Bravo-Susana Rinaldi), se apronta a asumir en unas horas su banca en la Legislatura porteña por el Frente Progresista y Popular, acompañando a Aníbal Ibarra.

Hija de un anarquista y de una «evitista», Rinaldi abreva en el viejo tronco socialista, con infinita paciencia puesto que ha debido bancar sus múltiples mutaciones, insignificancias y derivaciones a través del tiempo. Esa fea sensación de no ir para ningún lado y, peor aún, retroceder, contrasta con su faz pública de artista comprometida, acostumbrada a ir siempre para adelante, con polenta y calidad.

En cambio, con el peronismo (ahora en el poder, en su faceta temporalmente kirchnerista) ha tenido (y tiene) relaciones duales: simpatiza con muchas de sus realizaciones, le resulta afín cierta vitalidad y desparpajo tan presentes en ella, pero le incomodan algunos modales (ni qué decir los que sufrió, en 1974, cuando la organización terrorista lopezrreguista Triple A la sentenció a muerte y debió marchar al exilio, donde, paradójicamente, terminó de consagrarse como estrella internacional).

Espíritu indómito y libertario, acostumbrada a brillar sola sobre el escenario, está a punto de lanzarse a aguas turbulentas, no exentas de algunas pestilencias.

Algo de eso debe de haber sentido cuando hace unos días fue a recibir su diploma de legisladora durante un acto en el teatro San Martín, un ámbito tan familiar para su historia como actriz y cantante, pero que ese día le pareció desconocido y extraño porque el público era otro (militantes y barras que aplaudían, vivaban y abucheaban como marejadas espontáneas, aunque con innegable libreto previo).

Superó la difícil prueba: recibió un prolijo aplauso, sin demasiadas efusividades, pero, al menos, sin insultos, como si ella, tan consustanciada con los escenarios, fuese ese día paradójicamente sapo de otro pozo. Lo era. Lo es. Principista, enérgica pero al mismo tiempo sutil, se entusiasma con restituir el valor de la palabra y el abandonado arte de consensuar.

* * *

Después de haber compartido este año el espectáculo Vos y yo , con Leopoldo Federico, la mala noticia es que para dedicarse por primera vez a la política desde un cargo público, Susana Rinaldi dejará por un tiempo los escenarios porque la energía que éstos le demandan la quiere concentrar en llevar adelante desde la Legislatura proyectos que devuelvan robustez a la muy venida a menos educación pública de la ciudad de Buenos Aires. Apenas hará una excepción, el 30 de este mes, cuando cante sólo tres temas en el cierre del festival de tango en el Torcuato Tasso para no desairar el madrinazgo que tiene de esa sala, pero luego se remitirá a «actuar» desde su banca, aunque no descarta preparar alguna grabación.

Es una incógnita cómo funcionará sobre su ánimo esa abstinencia de presentaciones en vivo que se propone, tras hacerlo ininterrumpidamente desde hace 53 años. Tampoco se sabe si soportará algunos vuelos rastreros de la política en un ámbito que históricamente se ha prestado tanto a ellos.

¿Se habrá preguntado, tal vez, «¡dónde me metí!» al ver por televisión los incidentes provocados por patotas en las afueras de la Legislatura el jueves último, cuando se trataba el sistema de designación de docentes?

Cuando sus íntimos le preguntan qué hará si la mala política pretende fagocitarla y no encuentra espacio para redimirla, no trepida en responderles: «Me iré», aunque, también lo sabe con cierta resignación que corrupción hay en todos lados, incluso entre algunos de sus colegas que han firmado contratos desmesurados para actuar en la Ciudad. Así que está preparada para resistir y no dejarse derrumbar por lo negativo.

Si bien es la primera vez que lo hará desde la función pública, la política no le es ajena a Rinaldi desde muy joven. A los 23 años fue una de las promotoras de la Confederación de Estudiantes en la Escuela Nacional de Artes Dramáticas y hace ocho años que es activa dirigente de la Asociación Argentina de Intérpretes (AADI), desde donde defiende los derechos de sus pares como vicepresidenta segunda de esa entidad, en la que pasa muchas horas y cuyas tareas no abandonará ni aun cuando ya sea legisladora efectiva. También, en 2007, estuvo cerca de Daniel Filmus, cuando éste perdió por primera vez frente a Mauricio Macri. Y es embajadora cultural de la Unesco desde 1992. En paralelo al canto, su vocación política permanece y ahora va por más.

Después de vivir 26 años afuera, entre Francia e Italia, hace unos seis que Susana volvió a afincarse en la Argentina, sin otros viajes que no sean los que impongan giras o representando en el exterior a AADI en congresos o gestiones. La tironean sus cuatro nietos, las ganas de seguir de cerca los riesgosos desafíos de repertorio que se autoimpone su hija Ligia Piro, quien llenó el teatro El Nacional el fin de semana último al presentar en dos funciones su bello disco Las flores buenas , o las presentaciones de Alfredo, su otro hijo cantante.

No le caen bien los partidos con nombre propio y, aunque asegura no ser kirchnerista, le gustan demasiadas cosas de este gobierno.

Como Malena, que canta el tango como ninguna, Susana Rinaldi, que tantas veces en su carrera interpretó ese tema, deberá hacerse oír convincente en el bullicioso recinto legislativo de la Ciudad, para sobrevivir a las chicanas y trapisondas que tiene la política convencional. Vaya si tiene con qué.

Pablo Sirvén | LA NACION