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El cordobazo, una bisagra

A 42 años de aquel 29 de mayo de 1969, el Cordobazo sigue siendo una fuente inagotable de lecturas y debates. Aquella fecha siempre representará uno de los grandes hitos de las luchas populares por su magnitud, sus consecuencias y sus protagonistas.

No cabe duda que fue un hecho bisagra en nuestra historia: hirió de muerte la dictadura de Onganía, cuyo proyecto ambicionaba durar 20 años y tan sólo pudo quedarse uno más.

Lo acontecido era inédito en su tiempo: obreros y estudiantes habían salido a la calle para hacer caer un régimen autoritario y reaccionario.

Las políticas económicas de Adalbert Krieger Vasena habían cerrado los ingenios azucareros del noroeste, aumentado la jornada laboral y avanzando con un conjunto de ajustes tales como la privatización de las compañías de electricidad provinciales.

Estos hechos desataron el rechazo y movilización de los trabajadores en todo el país, que se acrecentaron en mayo del `69 durante el Rosariazo, pionero de una ráfaga de movilizaciones que recorrerían la Argentina.

En Córdoba, el “Gringo” Agustín Tosco (Luz y Fuerza) junto a Elpidio Torres (SMATA) fueron dos de los dirigentes que condujeron el reclamo.

Los incidentes del 29 de mayo comenzaron durante la marcha y toma del Barrio Clínicas. Durante 24 horas se vivió una verdadera pueblada.

Nunca antes, desde del `55, la calle había sido tan claramente ganada por los sectores populares, nunca la policía y los funcionarios del régimen habían quedado tan marginados y conminados a sus cuarteles. La feroz represión orquestada por la dictadura acabó con el trágico saldo de 12 muertos.

En una larga historia de desencuentros, por primera vez trabajadores, estudiantes, sacerdotes, intelectuales y artistas confluían en un mismo movimiento. Este salto cualitativo del campo popular sería indeleble en los años posteriores.

Fue también la consolidación de la CGT de los Argentinos, cuyo lema era “Sólo el pueblo salvará al pueblo”.

En su programa fundacional del 1 de mayo del `68, cuya autoría luego se descubrió había sido de Rodolfo Walsh, exhortaba «… a los universitarios, intelectuales, artistas, cuya ubicación no es dudosa frente a un gobierno elegido por nadie que ha intervenido universidades, quemado libros, aniquilado la cinematografía nacional, censurado el teatro, entorpecido el arte”.

En la CGTA convergían trabajadores de distintas filiaciones políticas, todos ellos comprometidos con sus bases y con un proyecto de liberación nacional.

Es también un hecho bisagra porque marcó la irrupción de una nueva generación en la política de nuestro país: los jóvenes que habían nacido después del derrocamiento de Perón.

Para ellos, la democracia había sido un relato ficcional en el que proscripciones al partido mayoritario, represiones salvajes, golpes de estado y traiciones a las expectativas populares estaban a la orden del día.

A su vez, el ejemplo de la Revolución Cubana con el liderazgo del Che junto al mayo francés del `68 los convencía de que el camino no eran las urnas sino la acción directa.

Hoy, como en aquel entonces, muchos jóvenes hemos ingresado a la política para transformar la realidad de nuestro país. A diferencia de aquel entonces, no lo hacemos desde la resistencia sino desde la ofensiva.

Hemos descubierto en estos ocho años que la política no es sinónimo de pactos a espaldas de las mayorías sino una herramienta indispensable para lograr un país más justo.

La incorporación de esta nueva generación es al mismo tiempo un reconocimiento a conquistas como la política de Derechos Humanos, la Asignación Universal por Hijo, la Ley de Medios o la recuperación de las jubilaciones, como también garantía de que de aquí en más nuestra democracia aplicará el “Nunca Menos”.

Recordar el Cordobazo es aprender que la mayor fortaleza de nuestro pueblo fue la solidaridad en tiempos difíciles. Nos permite entender por qué hoy como ayer obreros y estudiantes y también hoy movimientos sociales, debemos siempre ir de la mano. Tal como decía la CGTA: “Les recordamos: el campo del intelectual es por definición la conciencia. Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país en una contradicción andante, y el que comprendiendo no actúa, tendrá un lugar en la antología del llanto, no en la historia viva de su tierra”.

(Por Juan Manuel Valdés/Télam)