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Una acción de guerra ¿Un acto ético y legal?

El asesinato de Osama ben Laden en circunstancias todavía confusas desató un fuerte debate sobre la legalidad y la justificación moral de un operativo de eliminación llevado a cabo en territorio extranjero, posible gracias a datos obtenidos mediante la tortura, y que eludió la captura y el enjuiciamiento del líder de Al-Qaeda. En la guerra contra el terrorismo, ¿el fin justifica los medios?

En plena noche, miles de norteamericanos se lanzaron jubilosos a celebrar la noticia de la muerte de Osama ben Laden, el hombre que provocó la peor matanza en la historia reciente del país. El hombre que, en su fanatismo desquiciado, juró vivir para destruir a los EE.UU. y sumir en el miedo a su gente y a la de muchos otros países.

» Yes, we can » (sí, podemos), gritaron los más jóvenes, al repetir la consigna de campaña de Barack Obama y rescatarla del polvo de fracaso y frustración que acumuló en los tropiezos de dos años de presidencia. Fronteras afuera, llamó la atención la fiesta que celebraba la muerte.

Fue un rescate, sin embargo, no exento de paradojas. Obama se erguía, triunfador, tras haber decidido capturar a un hombre buscado por la justicia y matarlo. ¿Era legítimo? ¿Era lo esperable en el presidente que llegó a la Casa Blanca con el imperativo de recuperar el orgullo de ser norteamericano e impregnarlo de sentido moral?

La fiesta se volvió incómoda para algunos. El estallido inicial se encauzó hacia la serenidad; poco a poco, aquella catarsis cedió paso a la reflexión. Hubo, entonces, quienes expresaron el deseo -«legítimo, pero impracticable», dicen otros- de que las cosas hubiesen sido de otra manera. Más transparentes. Con menos sombra en el proceso y en el desenlace.

Desde un comienzo, el presidente Obama catalogó la muerte de Osama ben Laden como «un acto de justicia».

Por repulsiva que sea la figura de quien ordenó la matanza de 3000 personas inocentes e intentó muchas más, hay quienes dudan de que sea ésa la expresión para describir la muerte por disparos de un fugitivo judicial. Llevados a extremos, definen el dilema entre un acto legítimo de guerra o una ejecución, con todos los grises que van de una punta a otra en el juicio.

El debate despunta en este país con menos pasión de lo que ya genera en otras latitudes. Pero existe y pareció avivarse tras conocerse que Osama estaba desarmado cuando murió y que, como confirmó el director de la CIA, Leon Panetta, se llegó a él gracias a pistas obtenidas bajo tortura en Guantánamo, una práctica condenada abiertamente por el presidente.

«En esto, me cuesta conciliar al candidato Obama con el presidente Obama», empieza a escucharse entre bases demócratas. Pero es, hasta ahora, un cuestionamiento minoritario frente al masivo apoyo que, en cambio, cosecha la decisión presidencial, según coinciden sondeos de Gallup y del Instituto Pew.

Paralelo a eso, marcha la convicción de que hubiese sido «difícil» atrapar con vida a Ben Laden, detenerlo y llevarlo a juicio. «Un proceso de ese tipo hubiese sido una caja de Pandora muy peligrosa para la seguridad de los Estados Unidos», dicen fuentes militares locales.

Saborea, el presidente, el momento con el que ganó estatura. Evitó el triunfalismo de su predecesor, George W. Bush, y aquel controvertido «misión cumplida».

No habla, tampoco, de «guerra contra el terrorismo», pero el concepto, que marcó una era en la política exterior norteamericana y afectó la seguridad en muchos otros países, permea en su discurso. «El mundo es más seguro ahora», concluyó un Obama convencido de haber hecho lo correcto.

«Hemos matado a Ben Laden en defensa propia; es un caso de autodefensa nacional», definió el fiscal general norteamericano, Eric Holder, en un intento por sembrar doctrina al respecto.

«Era el jefe de Al-Qaeda, una organización que cometió los atentados del 11 de setiembre y él admitió estar implicado», recordó el responsable de la Secretaría de Justicia, nombrado para esa posición por el presidente

«De haberse entregado [Ben Laden], lo hubiésemos procesado judicialmente. Pero como no lo hizo y había dicho muy claramente que no dejaría que lo atraparan vivo, su muerte fue apropiada», dictaminó al exponer ante legisladores.

Entiende la Casa Blanca que la muerte de Ben Laden fue «legal» porque el país se encuentra «en guerra» contra la red terrorista. Poco después del 11 de septiembre, el Congreso autorizó al presidente a utilizar «toda la fuerza necesaria y apropiada contra aquellos países, organizaciones o personas que él determine que hayan planeado, autorizado, cometido o ayudado a los ataques terroristas».

Pero en medios académicos, la cuestión igualmente levanta ampollas. Allí, el dilema se dirime entre dos normas básicas del derecho norteamericano: la «Autorización para el uso de la fuerza militar» y la «Resolución de poderes de guerra».

Sobre esa base empiezan las dudas. «El presidente no puede ordenar una muerte a no ser que el país esté en guerra y, constitucionalmente, el estado de guerra se declara contra otro Estado, no contra un individuo», sostuvo Eric Freedman, experto en Derecho Constitucional de la Universidad Hofstra, en Nueva York. Estados Unidos no está en guerra con Paquistán. «Ese es el punto fundamental. Una guerra sólo puede existir contra una nación», añadió, convencido de que Obama actuó «de forma inconstitucional». A su juicio, «no es suficiente» afirmar que el líder terrorista «está en guerra» con los Estados Unidos.

Le salió al cruce otro experto en la misma materia. «No hay dudas de que esto entra dentro de las decisiones que puede adoptar un presidente», dijo a La Nacion Brett McGurk, profesor de la Escuela de Derecho de la Universidad de Columbia y ex asesor de la Casa Blanca en materia de seguridad. «Yo mismo he estado en algún momento en la sala de situación de Obama y sé del tipo de decisiones sumamente difíciles que se deben adoptar allí. Eso es lo que ha hecho Obama y se merece todo el crédito por esto», añadió.

Vivo o muerto

Ben Laden era buscado «vivo o muerto», y su cabeza tenía un valor de 25 millones de dólares en este país, donde no pocos admiten que su muerte evitó un proceso jurídico de enorme tensión, que hubiera podido favorecer a Al-Qaeda y ocasionar graves problemas al gobierno.

Pocos en el entorno presidencial imaginan a un Ben Laden esposado y vestido de prisionero. «No sólo hubiese sido una caja de Pandora en el marco jurídico sino que hubiese sido, seguramente, altamente peligroso», indicaron fuentes locales a La Nacion. «No creo que haya mucho escándalo ni que perdure demasiado por la decisión de matar a Ben Laden en vez de capturarlo vivo», opinó Joshua Keating, analista de Foreign Policy.

Fríamente, la estadística le da la razón. De acuerdo con Gallup, el 60 por ciento de los norteamericanos entiende que la muerte del terrorista fue la estrategia más correcta, frente a un tercio que hubiera preferido su captura vivo.

El mismo sondeo, realizado horas después de conocida la noticia, revela un apoyo masivo a la operación contra el líder de Al-Qaeda.

«Las acciones que resultaron en la muerte del terrorista constituyen uno de esos acontecimientos poco comunes que provocan un apoyo casi unánime de la opinión pública estadounidense, independientemente de su orientación política o sus características demográficas», destacó Gallup.

Alivio social

En similar sentido, la mayoría de los estadounidenses -el 72 por ciento- siente «alivio» por la muerte de Osama, de acuerdo con un estudio del Centro de Investigación Pew y el Washington Post . Tal vez por eso, asociaciones locales que tradicionalmente cuestionaron el uso de la fuerza en operaciones especiales se han mantenido bastante cautas en sus críticas iniciales.

«Tenemos que estudiar la situación antes de pronunciarnos», fue la primera reacción de Tom Malinowski, director en Washington de la organización Human Rights Watch (HRW). Poco después, la oficina de Nueva York fue más firme: «Si [Osama] murió por disparos estadounidenses, su muerte debe ser investigada», dijo el director de la organización para Asia, Brad Adams. Pero él mismo dudó de que eso fuera a ocurrir. «La gente dice que se ha hecho justicia pero eso sólo ocurre cuando alguien es arrestado y llevado a juicio», añadió, si bien reconoció como «muy poco probable» que se investigue lo ocurrido.

Lo mismo sucedió con la reconocida defensora de los derechos humanos American Civil Liberties Union (ACLU). «No tenemos pensado comentar sobre esto», fue su primera reacción.

Hay posiciones más duras, como la de Ray McGovern, un ex analista de la CIA que, en declaraciones a Politico sostuvo que Ben Laden fue «martirizado por fuerzas norteamericanas que actuaron de modo arbitrario en un país extranjero y musulmán».

En línea similar, Mary Ellen O’Connell, profesora de Derecho en la Universidad Notre Dame, de esta ciudad, sostuvo que las acciones de Ben Laden «son delitos criminales que no necesariamente requieren el uso de la fuerza».

Matiza, sin embargo, al aceptar la afirmación oficial en el sentido de que «de haber tenido la posibilidad de arrestarlo, lo hubieran hecho», porque «eso es consistente con el derecho internacional y el imperio de la ley».

La Casa Blanca, con todo, no parece inquieta. Cuando un periodista preguntó en rueda de prensa por las «bases legales» del operativo, Carney respondió que «hacía rato» que Obama daba por cierto que, «de contar con información» suficiente para «capturar o matar» a Ben Laden, «actuaría de inmediato». Y eso fue lo que ocurrió.

También queda en sombras el hecho de que Estados Unidos lanzó el ataque en territorio de Paquistán sin contar con la autorización expresa de Islamabad.

Para algunos, sin embargo, esto podría quedar implícito en el hecho de que sus autoridades sí sabían que los Estados Unidos buscaban, desde hace años, a Ben Laden en suelo paquistaní. No hubo, sin embargo, comunicación oficial de lo que ocurría. «Temíamos una filtración», admitió el vocero Carney.

Difícilmente la sociedad pueda declararse sorprendida. Lo ocurrido fue el desenlace de una cacería que se viene montando desde hace años. Es parte de un sistema que, por caso, entrena a comandos especiales y los convierte en virtuales guerreros del siglo XXI, con licencia para matar.

Según se indicó a La Nacion, aquí se define a las operaciones especiales como «las que se realizan con medios militares no convencionales con el fin de lograr objetivos en terreno hostil, tanto en guerra como fuera de ella».

Para concretarlas, el país cuenta con una gama de opciones: Rangers, Boinas Verdes, Delta Force, pilotos expertos en vuelo a ciegas y, también, el grupo SEAL, de la Marina, responsable de la operación de Abbottabad -que, dicho sea de paso, hoy disfruta de enorme popularidad- y cuyos integrantes serán condecorados como «héroes».

Sus enunciados de éxito -simplicidad, seguridad, sorpresa, rapidez y un propósito claro- chocan de plano con debates parlamentarios y discusiones políticas. «Lo que ocurrió fue una decisión absolutamente correcta. No hay nada que discutir en esto», dijo, por caso, el diputado republicano Jason Chaffetz a La Nacion.

Guantánamo, telón de fondo

La muerte de Osama se proyecta sobre Guantánamo y el uso de tortura en interrogatorios que, según terminó por aceptar Panetta, en su condición de jefe de la CIA, fue lo que llevó a la pista del refugio de Abbottabad.

Enseguida, ex funcionarios de Bush salieron a coro a defender «el programa de interrogatorios» de la prisión. Entre ellos, el ex vicepresidente Dick Cheney y el ex secretario de Defensa, Donald Rumsfeld.

En un principio, la Casa Blanca negó que se hubiese llegado a la pista a través de apremios. Panetta terminó por admitirlo. «Claramente se utilizaron intensas técnicas de interrogatorio contra algunos de los detenidos en Guantánamo. El debate de si hubiéramos obtenido la misma información mediante otras fuentes siempre será una pregunta abierta», afirmó.

Puesto sobre las cuerdas, el fiscal Holder -que en el pasado fue un duro crítico de esas prácticas- sostuvo, primero, que «no sabía» si el apremio había existido y, en todo caso, que si así hubiese sido, «el tiempo transcurrido» entre los interrogatorios y la acción contra Ben Laden constituye un «atenuante» que hace que la misión «todavía se pueda considerar legal».

Obama dijo más de una vez que la prisión era una «vergüenza» y, en campaña, prometió cerrarla. Apenas llegó al Salón Oval firmó una orden ejecutoria en tal sentido, pero, como señaló La Nacion semanas atrás, hay quienes dudan de que, luego, haya puesto todo el peso de la Casa Blanca detrás del objetivo.

Hace poco admitió la imposibilidad de cerrarla, en lo que se consideró su peor revés. Es paradójico que ese fracaso le haya dado la llave de lo que, hasta ahora, es su mayor éxito.

© LA NACION

DEBATE SIN FRONTERAS

La reacción mundial estuvo lejos de la aprobación unánime. Tras conocerse las circunstancias en las que el líder de Al-Qaeda fue abatido, no sólo fue cuestionada la legalidad del procedimiento sino también la actitud celebratoria con que algunos gobernantes recibieron la noticia.

Tal fue el caso del presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, duramente increpado el miércoles último en el congreso por el diputado de Izquierda Unida Gaspar Llamazares, quien le preguntó si tras conocer los detalles sobre el «asesinato extrajudicial» de Ben Laden todavía mantenía su felicitación a Barack Obama.

Luego de que Zapatero sostuviera su aprobación, el legislador le respondió: «Señor presidente, creo que se está usted equivocando, no lo reconozco», y le recordó que «el fin no justifica los medios».

También en Alemania, un veterano del partido demócrata cristiano, Siegfried Kauder, criticó un comunicado emitido el lunes último por la canciller Merkel, en el que expresaba satisfacción por esa muerte. «Yo no hubiera usado esas palabras. Esa es una manera vengativa de pensar que nadie debería tener. Es medieval», opinó Kauder. En sintonía con él, el jefe del partido Verde alemán, Cem Özdemir, consideró que las sociedades democráticas no pueden perder sus principios democráticos en pos de la política antiterrorista.

También en América latina algunas voces manifestaron -abiertamente o con matices- su disenso. El canciller uruguayo, Luis Almagro, expresó que «ninguna muerte puede ser celebrada», aunque reconoció que el asesinato de Ben Laden es un golpe al terrorismo internacional. Su par ecuatoriano, Ricardo Patiño, expresó: «Si Estados Unidos ha logrado matar a Ben Laden, que ellos lo festejen. Yo no festejo la muerte de nadie, pero tampoco estamos de acuerdo con lo que pasó el 11 de septiembre».

Fuente: Silvia Pisani – La Nación