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Semblanzas: LA ESPANTOSA INFRACCIÒN DE LA SEÑORA “X “.

por Jorge Daniel Amena

 

LA ESPANTOSA INFRACCIÒN DE LA SEÑORA “X “.

La legislación conocida ha dado un respingo por aquello de la cibernética, los hologramas y todo aquello concebido por Julio Verne  o que nos han hecho apasionar con los relatos de Bradbury, han sufrido un giro copernicano, dando vida a la legislación virtual.  Por ende, a las infracciones  de auto gestión.

El título de la presente es del siglo XIX, similar a aquellas historias escritas por Edgar Allan Poe. La historia es real y también fantástica.

Por aquellas circunstancias de la vida me fue referido este relato, el que para que no se perdiera en el marasmo de las múltiples realidades que nos ocupan cada día me dispongo a trascribir, tratando que mi subjetividad no me traicione.

La historia es tan simple, lo que no es tan simple es catalogarla, cada uno de nosotros estamos en condiciones de hacerlo y adjetivarla como mejor nos plazca.

 De hecho, hacemos eso todo el tiempo.

Una mañana, que por el simple hecho de ser soleada y  no muy fría, pavimento y veredas secas daban para alentar a una mujer a emprender por una concurrida calle comercial, todos los menesteres que se había fijado como tarea  para  ese día.

La primera circunstancia del desarrollo de los hechos se da en ocasión de disponerse a realizar la señora X una compra en una tienda del sector. Elegante ella, (por qué no decirlo?) y con vestimenta que engalanaba el adjetivo, formaliza la compra y  al salir (pasando entre dos lujosos autos estacionados), se ve interceptada por un muchachón, quien identificado  con un chaleco rojo, le solicita que proceda a abonar el importe de pesos dos, en concepto de  estacionamiento medido.

Que obviamente resulta una sorpresa mayúscula para la señora X, en función de que, lisa y simplemente, nada había estacionado porque  NO TIENE AUTO. Ni manejaba uno ajeno, en razón (entendible) de no saber manejar.

Ante la insistencia, nada más que explicar el error y continuar la marcha a pie, no sin notar  la desconfianza del encargado de cobrar los emolumentos, quien pensaba indudablemente, que había sido timado por la elegante dama.

Lo increíble de este relato es que la secuencia vuelve a reiterarse una semana después en otro lugar de la ciudad, también efectuando compras y en un sitio donde estacionan vehículos. Casi calcadas las actitudes, la molestia, la desconfianza y obviamente las observaciones y conclusiones de la atribulada Señora X, la que no estaciona lo que no tiene.

Que al punto habría que  meditar que, sumida en las más profundas de las desazones “la infractora” que existe  solo en el imaginario del cobrador, siente que su vida es un fracaso, o que ha roto una especie de Contrato Social implícito , que establece que ataviarse de forma normalmente correcta implica la obligación de tener un auto, y a más

estacionarlo. Bien podría alguien tener un auto al que no estacione nunca en  ningún lado, porque no quiere.

Esta especie de surrealismo normativo de corte imaginario nos hace suponer que adoptando viejas teorías de corte de Derecho Público se le ha atribuido la figura de tener cierto aspecto,  al de ser poseedor/a de un auto. Pero un auto carísimo. Algo que suena como discriminante. Paradoja mortal  en referencia a la causa que embandera. Vienen a mi memoria “generosas” equiparaciones étnicas, raciales, políticas…Bueno por algo se empieza. (Siempre).

Una presunción  autócrata y subjetiva y  que  por cierto llamaría a  la risa, si no fuera tan portentosamente peligrosa, inserta como metodología de  las relaciones sociales.

Esto dicho en relación a que cuando el relato abandona el tono jocoso de la anécdota, y se piensa por lo que se presupone y en función de ese ideario se actúa en el nombre, y con el santo y seña de lo que sea, algo cruje.

Y no es una carrocería, ni una punta de  eje.

Por supuesto que la Señora X existe, y su anonimato no obedece a las prácticas perversas que juegan  al insulto a la diatriba, y al fin y al cabo estos párrafos, no son ni serán jamás anónimos.

La espantosa infracción de la señora “X” y su condición de conductora imaginaria es imperdible para un sociólogo.

O un agenciero de autos.

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