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Kadafi quiere negociar, mientras crece la ofensiva de los rebeldes

El líder libio nombró a su jefe de Inteligencia para dialogar con los opositores. Pero los insurgentes dijeron que no hay espacio para discusiones. Y que debe rendirse. Los líderes de la rebelión se preparan para marchar hacia la capital.

HASTA LOS DIENTES. MILICIANOS REBELDES EN BENGAZI, CON MATERIAL “INCAUTADO” A LAS TROPAS DE MUAMMAR KADAFI QUE ABANDONARON LA CIUDAD. (Fuente Clarín)

Hacia donde se estire la mirada hay restos de edificios incendiados y un amplio parque lleno de enormes pozos recién excavados. El lugar se llama Kativa. Es un cuartel de la policía secreta, la guardia especial del dictador Muammar Kadafi en Bengazi, y es una puerta a un infierno inesperado. Esos pozos de todos los tamaños y profundidades, los abrieron los revolucionarios porque cuando entraron ahí a sangre y fuego en la conquista de la ciudad hace dos semanas, encontraron más de un centenar y medio de personas fusiladas con las manos atadas a la espalda . Pero también escucharon gritos desgarradores que venían desde debajo de la superficie. Esas voces desesperadas eran de prisioneros que los carceleros del régimen habían confinado en unos calabozos subterráneos que no eran tales, sino tumbas, mazmorras abiertas en la tierra donde esos infelices debían permanecer de pie, sin ventanas, sin otro aire que el que les llegaba de un tubo plástico.

Estos horrores son las cortinas que se van corriendo de la mano del tremendo cambio que experimenta este país después de 42 años de miedo. Es un proceso que se amplía mientras la cuenta regresiva avanza sobre el dictador en su refugio de Trípoli . La situación es tan crítica que ayer el controvertido líder libio nombró a su jefe de Inteligencia para intentar aquí una negociación con el gobierno rebelde , pero los dirigentes de la revolución dijeron que no hay espacio para discusiones y que debe rendirse.

Un portavoz de los rebeldes dijo en esta ciudad, convertida en bastión de los insurgentes, que los rebeldes “preparan una marcha para liberar Trípoli”. Y agregó: “Las ciudades de Al Rhibat, Kabaw, Jado, Rogban, Zentan, Yefren, Kekla, Gherien y Hawamed también han sido liberadas desde hace varios días. En todas esas ciudades, las fuerzas de Kadafi se fueron y se creó un comité revolucionario”. Eso fue después de que hubo un intento de contraataque en Misarata, a unos 200 km del oeste del país, que acabó con el derribo de dos helicópteros de las fuerzas leales. Este enviado recorrió durante varias horas el cuartel y la cárcel de Kativa, una experiencia que deja la respiración entrecortada y la certeza de que no hay límites para la perversión y la locura.

Ese sitio es uno de muchos que hay en el país donde iban a parar detenidos del régimen, desaparecidos como los que hubo en Argentina. Eran acusados por haber alzado la voz contra el régimen, o porque alguno de los espías de la dictadura los escuchó haciendo algún comentario inconveniente sobre Kadafi, explica indignado, casi revoleando las palabras en un patio del cuartel, el abogado Jounal al Faturi. El cuartel y su parque está lleno de gente que ha ido a observar, son vecinos que llevan incluso a sus niños a ese paseo necesario por un tren fantasma.

Detrás del lugar donde habla Faturi, hay varios pozos abiertos en la tierra, muchos de ellos de enorme tamaño. Solo se entiende de qué se trata todo eso cuando se llega a una abertura que han descubierto contra una de las paredes laterales de la unidad. Ahí se ve una tapa cuadrada de hierro sobre el césped, de menos de medio metro de lado que cubre un pozo delgado y profundo. Hacia un lado aparece una ranura que han abierto los excavadores y que conduce a un cuarto mínimo, bajo tierra de dos metros y medio de largo, 1,65 de ancho y 1,60 de altura. En ese agujero llegaron a dejar hasta 32 personas. Esa placa sobre el césped era la entrada por donde metían a los prisioneros. “Los vecinos escuchaban los gritos por la noche”, dice el abogado, pero “todos teníamos miedo de hablar, si hablabas terminabas en esta prisión y el régimen quería que se supiera lo que le hacía a la gente”.

Todo el suelo de ese enorme cuartel, que se extiende por varias manzanas cerca del centro de la ciudad, tiene esos agujeros excavados cubiertos con las placas mínimas de hierro fundido desaparecidas entre la maleza. Se afirma que hace pocos días encontraron a un puñado de sobrevivientes. Mustafa Griani, un ingeniero a cargo de una de las direcciones del centro de prensa rebelde, dice que solo 14 sobrevivieron en Kativa.

“Usted sabe que Kadafi no solía dejar prisioneros” , dice resignado. En el lugar hay varios edificios, muchos de ellos quemados y se advierte una extendida destrucción porque hubo ahí muy duros combates. En las calles adyacentes a esas construcciones, hay numerosos autos incendiados y en las paredes grandes leyendas con insultos contra la dictadura.

En uno de los edificios, hay 16 calabozos sin rejas, completamente cerrados salvo por una pequeña ventana sellada. Cada compartimiento tiene una pesada puerto de hierro y las paredes y el piso son azulejados para mantener helada la celda, a la que por la noche los carceleros rociaban con chorros de agua fría. En cada celda de esas se amontonaban unas seis personas que después terminarían en los pozos. O en otro cuarto que está en el fondo, un poco más amplio que tiene una cama de hierro. “Ahí dejaban a los prisioneros sin agua y sin comida durante diez días para que murieran”, explica uno de los jóvenes que custodia el lugar.

A un lado de ese campo de la muerte, que mucho recuerda a las cárceles clandestinas de la dictadura argentina, se levanta una mansión donde el dictador residía cuando visitaba Bengazi. La casona, que salvo sus paredes y el techo, fue totalmente destruida por los rebeldes, se encuentra a pasos del muro exterior de la cárcel, una ubicación buscada en un extremo notable de perversidad. Había ayer un enjambre de vecinos en familia recorriendo el edificio en pedazos, caminando sobre los trozos de los vidrios blindados de las ventanas que estallaron con los explosivos. Las paredes están vaciadas y desde los techos cuelga lo que quedó del sistema de refrigeración, pero se ve que era un lugar moderno y con una gran inversión.

En estas horas, sin embargo, es posiblemente más claro el destino del dictador. Los rebeldes tomaron este fin de semana un racimo de ciudades en el oeste del país, tradicional feudo del poder de Kadafi. Y el cerco se va cerrando claramente. En Nalvi, a 24 kilómetros al oeste de Trípoli, las fuerzas progubernamentales habían desaparecido totalmente ayer a la mañana y la población se integró a la línea de defensa de la resistencia. El parte diario de guerra indica que hubo actividad militar en Zawiya, a 50 kilómetros de la capital, que seguía en manos rebeldes, aunque el sitio permanecía rodeado por blindados leales al régimen.

Ayer pudimos advertir mucha presión en los edificios públicos de la llamada “plaza de la Libertad”. Mucha gente con la bandera tricolor de los revolucionarios llegó demandando a los gritos armarse en una fuerza miliciana que ataque Trípoli y arreste a Khadafi. Ese espíritu es fuerte, porque los rebeldes dicen contar con dos aviones cazas y helicópteros para lanzar una taque aéreo. Pero la conducción del gobierno provisional no apoya, por ahora, una acción militar directa sobre la ciudad.

El fracaso del contraataque que lanzaron las fuerzas leales en Misarata, animó más a los rebeldes, que ayer tomaron otras dos decisiones concretas. Una fue el rechazo a cualquier negociación con el régimen que ya había hecho un intento anterior, sin éxito, formulado por el hijo mayor del dictador Saif Al Islam Khadafi.

La otra decisión fue en contra de cualquier tipo de intervención internacional sobre la que aludió ayer la Casa Blanca. Ayer aparecieron grandes carteles en esta ciudad que decían: “EE.UU. no intervengas, los libios podemos hacerlo solos”. La idea de los rebele es evitar un brote nacionalista si hay una intervención militar externa que acabaría por fortalecer al dictador. En Trípoli, entre tanto, la gente se anima aunque con cautela. Hubo una marcha opositora de unos centenares, pero que fue rápidamente desarmada por las fuerzas que protegen al dictador.

Marcelo Cantelmi
Clarín