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SEMBLANZAS (XLVIII): Tifón

«Imaginé al desdichado cruzando el Estrecho de Magallanes luego de luchar con las procelosas aguas, determinar la medida de los vidrios a colocar, y regresar…» Especial por Jorge Daniel Amena para radiofueguina.com

SEMBLANZAS


Por Jorge Daniel AMENA (*)



TIFÒN



Tanto pensar, hube de titular esta entrega con el titulo de un libro de Joseph Conrad, señor que -entre otras cosas- es el que me provee de la capacidad de asombro que uno tenía en la niñez. Además de navegar con él en el río Congo, uno se ve metido en espantosas tempestades en mares desconocidos, aguas del color del infierno y vientos huracanados, capaces de partir en dos el palo mayor más resistente, de ésos hechos de madera traída de las forestas agrestes y húmedas de África Central.


Hacía ya un buen tiempo que el barómetro marcaba tempestad; eso y mis dotes de marinería hicieron que virara a estribor unos grados como para poner proa al viento. Son muy importantes estos conocimientos cuando uno está a punto de sumergirse en una tempestad.


Además de los conocimientos, había escuchado el pronóstico en la radio que el viento del norte haría de las suyas y que se esperaba un viento y una lluvia de mil demonios. Por cierto que he consumido decenas de libros de navegación y, desde Simbad el Marino hasta la fecha, llevo horas y horas de navegación, desde el Mar Rojo pasando por el Mar de la China.


Estaba acostumbrado a las tormentas, solo que ésta se abatía no sobre un navío, sino sobre mi casa, o mejor dicho, sobre una parte de ella.


Me encontraba a sotavento, y juro que para hablar con alguien que tuviera casi pegado a mí, hubiere de usar un tono de voz como para comunicarme con una persona situada a quinientos metros.


De pronto, la puerta vidriada (que daría a cubierta si la casa fuera un barco) dio un respingo azotada por el viento alzado por una ráfaga y estalló en pedazos, precipitándose la parte superior con el filo de una guillotina, con un estrépito tapizado de esquirlas de todo porte que brillaban como dardos que llovieran del cielo.


La alerta fue dada. Con efecto de descompresión, volaban papeles y abalorios de todo tipo, y la calefacción nos abandonaba al ritmo brutal del viento y el agua. Mientras se improvisaba un mamparo con una puerta vieja, acolchados y hasta una máquina de escribir de metal, a modo de contrapeso, inútil por cierto.


El pedido de auxilio fue inmediato a la central de componedores de catástrofes.


El teléfono de emergencias de la compañía de seguros.


Como estas circunstancias SIEMPRE pasan de noche (luego de las veintidós horas…siempre) la novedad quedó registrada de la misma manera que el Carpatia recibió el S.O.S del Titanic, también en una destemplada noche.


A la mañana, en casi el punto exacto de la hipotermia, el telégrafo perdón, el teléfono, sonó a las 9.30 AM. Una voz gentil me tranquiliza diciéndome que la emergencia iba a ser solucionada, mientras yo intentaba que mi mano de un atractivo color azul se despegara del aparato telefónico.


– ¿A cuántos kilómetros se encuentra Ud. de Trelew? preguntó con decisión, luego de que yo le informara que vivo en Río Grande.


Ante lo llamativo de la pregunta, inquirí por qué lo preguntaba, recibiendo por respuesta que era “a los efectos de enviar al vidriero”.


Imaginé al desdichado cruzando el Estrecho de Magallanes luego de luchar con las procelosas aguas, determinar la medida de los vidrios a colocar, y regresar, para volver fatigando la yerma travesía y le conteste, que “algo así como a dos jornadas de marcha, u ocho de navegación”.


Finalmente decidieron que la gente de aquí debía hacerse cargo de la avería. Inteligente propuesta, dadas las circunstancias, ante el incremento de la marejada, y las vías de agua que ya eran a esa altura del mediodía incontrolables.


“y dijo el capitán Jukes en el libro de Conrad ¡“Cierre la puerta por favor!”


Y la puerta reparada se cerró.


Y el mar ahora se mostraba gris pero adecentado en sus rompientes, y en la restinga solo pequeñas olas desflecadas alteraban el horizonte.


En Trelew, un vidriero jamás reparó un vidrio quebrado por una tempestad.


Solo un aspecto de recordarnos algo muy antiguo y completamente serio que ha estado oculto y a veces se revela y hará que nos formulemos preguntas y comparaciones que quizás parezcan vanas, pero que son perfectas y con personalidad propia. En alguna circunstancia siempre estamos absolutamente solos.


Y no importa.




(*) Escritor, Abogado Constitucionalista – Ex Juez Nacional – ex Legislador provincial y Convencional Constituyente Nacional – Miembro permanente de la UNV(United Nations Volunteers) de la ONU.


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