La resistencia cotidiana en el emblemático Soweto

Cerca del moderno estadio Soccer City, la vida en el emblemático “township” de Soweto, un suburbio habitado por más de 3,5 millones de sudafricanos negros, es sinónimo de la resistencia cotidiana frente a las desigualdades que perduran tras el apartheid.


Joaquina, de 25 años, tiene su carpa-tienda en una de las esquinas más transitadas de Soweto. Trabaja haciendo las típicas trenzas africanas y dice que por cada cliente gana entre 15 y 30 rands (menos de 3 dólares).



“Cuando las chicas quieren hacerse las trenzas vienen aquí”, afirma sonriente, rodeada de unas amigas, que aseguran que es la mejor del barrio. En la mismo cruce de calles, dos chicos hacen pequeños arreglos con una máquina de coser por muy poco dinero, y un más adelante, Benson, prepara comida africana.



“Apenas nos alcanza para vivir, pero siempre se puede sacar un poco de aquí y otro poco de allá. También funciona el intercambio”, sostiene este fanático del boxeo, quien recuerda cuando en 1981 el boxeador argentino Santos Laciar, Falucho, venció por nocaut al sudafricano Peter Mathebula en Soweto, y se consagró campeón mundial de peso mosca.



En otro puesto, Priscila, vende frutas y verduras. “Llevo diez años aquí, vine por el dinero, pero apenas me alcanza”, señala esta inmigrante mozambiqueña.



Así, al margen de la economía “formal”, vive una gran parte de los sudafricanos negros, quienes ante el fracaso del desarrollo económico no se quedan de brazos cruzados sino que buscan la manera de sobrevivir en suburbios como Soweto.



Hace más de 30 años, en este masivo hervidero donde los excluidos del mercado mundial no se rinden, comenzó la lucha contra las desigualdades.



En 1976, cuando imperaba el régimen segregacionista que confinó a la población negra a vivir separada de los blancos, Soweto, un acrónimo de South Western Township (Barriada del Sudoeste), se convirtió en un foco de rebeldía que contagiaría al resto del país y marcaría el comienzo del fin del apartheid.



La mañana del 16 de junio de aquel año, miles de estudiantes “encolarizados y audaces”, como los calificó Nelson Mandela, invadieron las calles del township en protesta por la imposición del gobierno segregacionista de que los negros debían estudiar en las escuelas en “afrikáans”, la lengua del opresor.



La brutal represión a la manifestación pacífica causó la muerte de 156 niños que lanzaban piedras pero recibían balas. La imagen de la primera víctima, Hector Pieterson, de 13 años, desangrándose en manos de un compañero, provocó una ola de indignación y marco el punto de partida de una rebelión que en pocas semanas dejó cerca de 600 muertos en toda Sudáfrica. Estos episodios convirtieron a Soweto en un símbolo de la lucha por la libertad.



La escuela dónde se gestó la revuelta, Orlando West School, está ubicada en Vilakazi Street, una calle que hoy resume un importante capítulo de la historia de Sudáfrica, así como también su actualidad, ya que muestra el rostro de una emergente clase media-alta que convive con los excluidos.



En esta calle están las casas donde vivieron los dos premios Nobel de la Paz, Nelson Mandela –hoy un museo- y el arzobispo Desmond Tutu, íconos de la lucha contra el apartheid. También el restaurante de la familia Mandela, donde suele estar, como hemos sido testigos, la ex esposa del primer presidente democrático del país, Winnie Mandela, que vive en una linda casa a solo 500 metros de allí.



Asimismo, en esta parte de Soweto se pueden ver algunas casas lujosas y restaurantes, desde cuyos balcones se aprecian las famosas “Torres Gemelas” que suministran electricidad al norte de Johannesburgo y contaminan la barriada aunque destacan por el colorido de sus pinturas.



Sin embargo, la proliferación de modestas casas de ladrillo, con pequeños jardines de los negros de clase media-alta acomodada que compran en el centro comercial Maponya, aún están muy lejos de los niveles de vida de los barrios blancos de las afueras de Jo’burg.



Por el contrario, el barrio Orlando West, donde vivió Mandela, es una isla de prosperidad que pone en evidencia las desigualdades sociales que persisten en Sudáfrica dieciséis años después del apartheid. A diferencia de la homogénea pobreza que en el pasado caracterizaba a este antiguo “gueto negro”, en los últimos años, la desigualdad se trasladó al interior de la comunidad.



Pero mientras emerge una clase media ligada a la burocracia del Estado y que se beneficio del crecimiento económico de los últimos años, millones de personas siguen viviendo sin luz ni agua potable en casas precarias de chapa y cartón.



“Aquí no hay trabajo, esta es la manera que tenemos de ganarnos la vida”, afirma Fanah un vendedor de productos electrónico. Con un desempleo que está por encima de la media del país, Soweto es una bomba de tiempo para el gobierno sudafricano, pero sus habitantes ya no esperan que nadie los ayude, ellos se buscan la vida, resisten, se las arreglan para salir adelante, incluso contra corriente.





Cecilia Guardati | Télam