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SEMBLANZAS (XIV): Vuelo 1848

Penurias reales y resultados virtuales. Desde la propia experiencia y la reflexión de Jorge Daniel Amena (Especial para radiofueguina.com)



SEMBLANZAS


por Jorge Daniel AMENA (*)



Vuelo 1848



El reloj marcaba la 4 AM. Y hube de desperezarme, bañarme, cepillarme los dientes y cargar con la maleta; prolijamente armada el día anterior, cerciorarme que no portaba granadas MK3 o una pincita de depilar en el bolso de mano, y empezar para mi gusto.


Demasiado temprano ese día, el treinta y uno de julio, Año del Señor. Mi presentación fue a horario, mi maleta pesaba, 17 kilos; 8 de ellas consistentes en pegatinas varias de distintos sitios del país, del mundo y pelotudeces variadas, y el resto ropa y calzado. El bolso, solo dos libros y cosméticos, nada de C4 ni otros explosivos.


El scanner dijo, con su ausencia de chillidos, que no era un terrorista perteneciente a “Los Hermanos Malísimos del Desierto” y me dejaron documento en mano, sentarme en una butaca primero, y hacer pis después. Todo bien.


El avión partió a horario y alcanzada la altura de crucero pude deleitarme con el famoso desayuno virtual que provee la aerolínea constatando que deberían estar (los sándwiches de jamón) presurizados porque tenían el espesor de una uña. Luego de algunos intentos de dormitar y de no poder leer porque no era ni de día ni de noche, me anoticio por el altavoz que no descenderíamos en Río Grande porque no se podía. (Tampoco vamos a entrar en detalles). Descendidos, todos, de la aeronave se nos entrega una tarjeta en la que se leía: TRANSIT.


Como es de esperar, cien personas menos tres, dos ciudadanos de esta ciudad y yo, se arrojaron sobre el mostrador en busca no ya de una explicación, sino de una solución.


Las respuestas a la crisis generada, consistían en: 1) volver a Bs. As., sin más, en el avión que YA partía en minutos; 2) Tomar un micro (o dos) de los que nunca nadie supo explicar cuándo salían, menos cuándo llegaban; 3) Joderse.


A todo esto, existían madres con niños menores de edad que no tenían documentos, documentos que no tenían gente, y algunos que carecían de ALGO que hacía imposible que atravesaran las fronteras que allende las heladas tundras los llevara a sus hogares. Yo opté por un café y UN CIGARRILLO ¡!! En una partecita mínima de la cafetería.


De una forma y merced a los buenos oficios de alguien que conoce estas tierras y sus devenires, y otro veterano de los imponderables, abordamos una camioneta luego de realizar, algunos trámites de rigor, no si antes cargar vituallas de una entidad suficiente como para llegar a la Base Esperanza.


A eso de las 5 de la tarde y parado frente al Estrecho de Magallanes tuve la sensación de haber sido “captado por extraterrestres y “teletransportado” a esos desolados parajes. Luego de las gentilezas “fronterizas” llegamos a nuestro destino solamente, casi un año después, aproximadamente de la partida.


Tuve oportunidad de ver en noticieros nacionales que en la Ciudad Autónoma hubo un gran lío por un día o dos, algunos dicen que algunos pasajeros decidieron quedarse a vivir definitivamente en la Capital Federal, otros se convirtieron al Budismo, y la mayoría luego de un infierno de esperas y esa “soledad indiferentemente compartida” que se respira en esas circunstancias lograron abordar finalmente un vuelo.


Que más allá de las circunstancias pienso – a veces – que cuando lo inusual se hace “normal” en términos genéricos (y lo hacemos extensivo a la actividad pública) algo no funciona (en nosotros). No hablo de actitudes contestatarias sino de ver la realidad como es y no como te cuentan que ésta es.


De esta manera la vida nos pasa por encima y se nos agota, se nos agotan las ganas, los impulsos se ahogan en litros de tintas de tabloides que dicen que todo está como debe estar, que Ud. vive como quiere vivir, que todo el mundo no puede dormir a causa de la existencia de pobres de toda pobreza, cuyo único brillo es el de esos ojos, que nos miran desde el país de Nunca Jamás.


Hasta el Papa tiene insomnio.


El vuelo 1848, es una tontera contada como relato, que pretende quitarle dramatismo a una de las preguntas más crueles que escuché esa mañana a una señora que abarcaba entre sus brazos a los que consideré eran sus hijos. Una pregunta simple, espantosamente dura y directa, que aún retumba en las paredes heladas de la estación aérea de Río Gallegos, aunque nadie la escuche: “¿Y ahora qué hacemos ?…”


El piloto o el copiloto (no identifico las insignias) se acomodaba planchando con el reverso de la mano su uniforme.


Tiempo de partir. Yo por mi parte tengo una tarjeta que dice que estoy todavía en tránsito, sabrá Dios hacia donde.



(*) Escritor- Abogado Constitucionalista – ex Legislador provincial y Convencional Constituyente provincial, colaborador permanente de la ONU para Asuntos de Africa.



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