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Murió el músico santiagueño Sixto Palavecino

El máximo difusor del quechua en el país, de 94 años, estaba internado por problemas cardíacos y sufrió complicaciones a raíz de una neumonía.

(rio Grande, 24 de abril de 2009)

El legendario músico y compositor santiagueño Sixto Palavecino, máximo difusor del quechua en la Argentina, falleció esta tarde, a los 94 años, como consecuencia del agravamiento de su delicado estado de salud.

Palavecino se encontraba internado en el Instituto de Cardiología de la capital santiagueña. La salud del artista -que padecía desde hace años serios problemas cardiológicos- se había deteriorado en los últimos días por una fuerte neumonía.

Ejecutante del violín sachero y surgido de las entrañas del monte santiagueño, Sixto construyó una obra sostenida por dosis iguales de tradición y de creatividad.

Nacido en 1915 en la localidad de Barrancas, en el mítico departamento santiagueño de Salavina, Palavecino se crió a orillas del río Dulce, donde empezó a cultivar su pasión por la música. A los 13 años tuvo su primer violín y tiempo después fue parte del conjunto folclórico «Corazón de madera»» que alcanzó notable trascendencia en Santiago del Estero, especialmente en los departamentos quechua-parlantes.

Realizó composiciones bilingües y se encargó de traducir al quechua canciones, poemas, libros y hasta las estrofas del Himno Nacional Argentino. Además, fue el creador del espacio radial «Alero Quechua Santiagueño», que por más de 30 años sirvió para afianzar una cultura esencial del pueblo santiagueño e impulsó, junto a los estudiosos Felipe Corpos, Vicente Salto y Domingo Bravo, una agrupación cultural nativista cuyo lema es «Ama Sua, Ama Llulla, Ama Ckella» (Ni ladrón, Ni mentiroso, Ni holgazán).

Por fuera de esta pasión que marcó toda su actividad, el talento de Palavecino le permitió vincularse musicalmente con otros artistas locales e internacionales como León Gieco, Mercedes Sosa, la familia Carabajal, Chico Buarque, Pablo Milanés, Milton Nascimento y Pete Seeger.

Pese a la seguidilla de reconocimientos, Sixto nunca perdió la humildad. «Me hubiese gustado mejorar mi manera de tocar: agarraba el violín de una forma que me inventé yo nomás», contó. Quizás en esa técnica rústica, surgida de las entrañas de la tierra, estaba escondido el secreto de su talento.