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Los Juegos de la desigualdad

Realidades opuestas e imágenes distorsionadas de su habitual ritmo de vida ofrece la ciudad de Beijing, que lejos de sus problemas de polución, tránsito insoportable y densidad demográfica, respira el aire puro de los XXIX Juegos Olímpicos

La vida parece transcurrir por carriles pararlelos e inevitablemente lejanos para quienes participan de los Juegos y quienes no. Más allá de las diferencias culturales y las complicaciones del idioma, hay una cuestión que se entiende claramente en < ?xml:namespace prefix = st1 ns = "urn:schemas-microsoft-com:office:smarttags" />la República Popular China: los participantes de los Juegos, sea cual fuere su condición, se llevan la mejor parte.< ?xml:namespace prefix = o ns = "urn:schemas-microsoft-com:office:office" />

Atletas, entrenadores, periodistas, dirigentes y hombres vinculados a la organización disfrutan de privilegios en el tránsito, pases gratuitos para transportes públicos y hasta pueden pasear cómodamente, como si se tratara de un domingo en Buenos Aires, por las calles de esta populosa ciudad en la que conviven varios millones de habitantes.

El año pasado, cuando el seleccionado femenino argentino de hóckey sobre césped, Las Leonas, viajó hasta estas tierras para participar de una gira internacional, el panorama ni siquiera era parecido: “En las esquinas, la gente se amontonaba y hasta cruzaba la calle trotando, porque los últimos podían quedar en medio del tránsito. Eran como hormigas”, recordó en charla informal con Télam el entrenador de Las Leonas, Gabriel Minadeo.

Los problemas del tránsito ya no existen, al menos para los “privilegiados” de los Juegos, que gozan del denominado “carril olímpico”, un espacio privado -delimitado con señales o vallas- para transitar libremente y sin mayores retrasos por la ciudad. Como contrapartida, los habitantes chinos no pueden ingresar con sus autos sino en días predeterminados y de acuerdo a la patentes de sus vehículos, pares o impares.

A ello se le suma la línea de subterráneos olímpica, que comunica con la zona verde –donde se encuentran los centros de prensa, la villa olímpica y los principales estadios, como el Nido de Pájaros y el Cubo de Agua- y es completamente gratuita para quienes estamos ligados a los Juegos. Los chinos, por supuesto, pagan por todo.

Aún así, la experiencia de manejarse por las calles de esta capital puede provocar hasta ataques de pánico: bicicletas conducidas por gente de toda edad se entrecruzan con grandes colectivos, taxis, autos particulares y la bocina se convierte en un sonido recurrente. Vale la aclaración: todas las calles tienen su bicisenda y la mayoría de las avenidas se parecen a nuestra “9 de Julio”, que desde aquí parece sólo una callecita más.

La polución tampoco surge ahora como un grave problema. Hace apenas una semana, los gigantescos edificios que abundan por esta ciudad apenas podían divisarse desde lejos, mientras una imperturbable nube negra ocultaba los astros, el sol, la luna y las estrellas. Ahora apenas se observa al primero, pero ya no se respira ese aire denso por el que tanto se preocuparon los integrantes del Comité Olímpico Internacional (COI).

Pero la solución al problema también acarreó sus costos. Todas las obras en construcción –hay miles- fueron detenidas desde hace un par de semanas, las máquinas dejaron de funcionar por completo y el desarrollo pujante de Beijing se frenó de golpe. El polvo desapareció de las calles y los esqueletos de cemento fueron tapados con grandes carteles institucionales referidos a los valores olímpicos.

Los voluntarios son otro ejemplo del enorme sacrificio colectivo puesto al servicio de este evento. Más de 160.000 jóvenes, muchos de ellos universitarios que cortaron sus estudios momentánemante, están distribuidos por toda la ciudad, enfundados en camisetas celestes y blancas o rojas y blancas, según se trate de voluntarios o supervisores de éstos. Tanto unos como otros trabajan unas 12 horas diarias.

“Felicitaciones por estos Juegos de los trabajadores”, reza un mensaje pegado en varias líneas de colectivos, escrito en inglés y –suponemos- también en chino. Una vez más, los trabajadores –aún bajo un régimen comunista- se llevan la peor parte.

Fuente: Telam