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La trucha y las dos caras de la función del Estado

La presencia de las autoridades como contralor es fundamental para sostener la buena convivencia. Hay casos que demuestran acabadamente esta afirmación.

La curiosa imagen venía sorprendiendo (o indignando) desde hacía algunas horas a quienes acertaban a pasar frente al monumento a la Trucha, sitio muy visitado por turistas, visitantes y vecinos que lo valoran como una buena postal de la ciudad.

Otros, menos románticos, interpretaron sin embargo que el predio era el adecuado para ofrecer en venta “a lo gitano” (con el correspondiente tarrito arriba) viejos rodados que parecen estar más cerca del desarmadero que de un salón de ventas.

Llamados recibidos en ((La 97)) se hacían eco del malestar de vecinos que manifestaban su enojo por cuanto interpretaron que se arruinaba el paisaje urbano y se atacaba un monumento que ya es un emblema de Río Grande.

Como debía ser, la reacción de las autoridades fue inmediata. Inspectores de la dirección de Tránsito se apersonaron para labrar las correspondientes multas de infracción “por estacionar en espacio verde” e intimar el retiro de los vehículos. Esta orden fue obedecida de inmediato por al menos dos de los propietarios, mientras que el dueño del restante no había podido ser ubicado en el momento.

La situación amenazaba con convertir al amplio predio –por efecto imitación- en un gran mercado persa de vehículos usados. La intervención del Estado, sin embargo, vino a poner freno al desorden y la anarquía, para aportar a la sana y respetuosa convivencia.

La otra cara

Queda, sin embargo, otro aspecto no menos importante a considerar. El mentado “espacio verde” presenta, al iniciarse la temporada estival, un aspecto lastimoso por la falta de cuidado.

Yuyos crecidos,  escombros, desagües cloacales a la vista y aguas servidas le confieren al lugar un aspecto completamente merecido, tanto como fácilmente evitable.

Como se dijo, el monumento a la Trucha es, por merecimiento propio, un sitio de atractivo turístico importante, de alto valor simbólico, ubicado en el ingreso a la Ciudad.

Su puesta en valor debe ser permanente, continua, adecuada a la importancia del lugar y para que nadie más se atreva a darle al predio un uso inapropiado.

Será un aporte importante para el paisaje urbano de la ciudad. Que requiere y pide (otra vez) la presencia del Estado.

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