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Argentina, enferma de violencia | Beatriz Grinberg de Teicher

Cuando uno recibe un diagnóstico que afecta 
la salud, el primer im­pacto angustia. ¿Qué actitud se puede tomar tras el proceso que conlleva aceptar una enfermedad? ¿Cómo se sigue? Uno puede sumergirse en la depresión, abandonarse al destino, entregarse a la muerte. Y también puede luchar. Con dignidad y valentía. Con el puño cerrado; no […]

Cuando uno recibe un diagnóstico que afecta 
la salud, el primer im­pacto angustia. ¿Qué actitud se puede tomar tras el proceso que conlleva aceptar una enfermedad? ¿Cómo se sigue?

Uno puede sumergirse en la depresión, abandonarse al destino, entregarse a la muerte. Y también puede luchar. Con dignidad y valentía. Con el puño cerrado; no para golpear, sino para apretar la vida, como la respuesta de estímulo vital que trae un recién nacido.

La Argentina está enferma de violencia. Y, sí: la pobreza extrema, la falta de equidad, el abuso del poder, la corrupción, los chantajes emocionales.

La inseguridad, el maltrato, el abandono afectivo son estímulos generadores de alto grado de tensión, de rabia, de frustración. No sólo en las víctimas, sino también en los perpetradores y en los observadores.

Desde luego que es necesario poner un ojo crítico en las influencias sociales y en todo lo que está fuera de nosotros mismos. Pero a menudo, tras ese diagnóstico original, nos quedamos atascados en el ­conflicto.

Actitudes

Renunciar y entregar de manera constante nuestro poder a las circunstancias es mental y espiritualmente insalubre y contraproducente.

Es mucho más productivo evitar pensar en lo que está mal, para focalizar en lo que uno puede lograr en el escenario y bajo las circunstancias que le toca actuar.

¿Dónde estoy yo en todo esto? ¿Qué puedo hacer? ¿Cómo contribuyo a mi entorno, a mi histo­ria, a mi vida? ¿Cuál es mi responsabilidad en el legado?

Las crisis tienen un sentido profundo, que es importante reconocer para transformar.

Darnos cuenta y querer hacer algo al respecto nos pone frente a la necesidad de cambiar, aunque signifique la molestia de salir de la zona de comodidad. Es un miedo hondo hacernos responsables y asumir nuestro propio poder personal.

La habilidad de elegir, de poder crear y dar forma al contenido de nuestras vidas, sin dejarnos asfixiar por el contexto, es un gran poder que tenemos los seres humanos.

Las demás criaturas de la naturaleza operan de acuerdo a su disposición prediseñada o predestinada. En los animales, las acciones son instintivas en vez de elegidas, sus patrones de comportamiento están programados en sus cuerpos.

Sólo el hombre tiene el potencial de estar en conflicto consigo mismo. Pero precisamente es la tensión, la inquietud provocada por la insatisfacción existencial, característica esencialmente humana, la que nos lleva al crecimiento espiritual, artístico, científico, tecnológico.

Todos sabemos que la muerte acecha, nos persigue y finalmente nos atrapa. Pero la vida empuja y sigue para adelante.

Para continuar viviendo, se hace necesario encontrar recursos para enfrentar la lucha cotidiana. Se necesita al maestro en la escuela, al albañil en la obra, al empleado, al profesional, al empresario, al taxista, al trabajador en el campo, al niño jugando en la vereda.

Ser responsables

La escritora y poetisa Marilyn Ferguson decía que es en nuestra patología donde reside nuestra oportunidad.

A menudo, lo que la vida nos da está fuera de nuestro control. No obstante, tenemos la opción de responder de una manera consciente en lugar de hacerlo como reacción o repetición.

No podemos elegir en qué familia, sociedad o época nacemos, pero podemos centrar la mirada en cómo sortear los obstáculos para avanzar.

Vivir de manera responsable significa tomar nuestras propias decisiones, de manera proactiva y consciente, para evolucionar y desarrollarnos dentro de los límites de nuestra cultura, de nuestro género, nacionalidad, familia.

En esta Argentina que hoy nos duele, es nuestra responsabilidad como adultos retomar la huella que heredamos de nuestros abuelos. Ellos vinieron escapando del horror de la guerra, del hambre, en busca de la tierra del trigo y el sol para construir una Patria Grande. Sufrieron el desarraigo, pero gozaron del trabajo y la convivencia en libertad.

De la experiencia vivida, probablemente aprendieron algo que nosotros deberíamos recordar: nunca una noche ha vencido al amanecer y nunca un problema ha vencido a la esperanza.

Beatriz Grinberg de Teicher | Mediadora y magíster en Antropología

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