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Semblanzas | Jorge Daniel Amena | «Patita» Torres

No sé por qué extraño designio, cada tanto, en algún fin de semana con sol, (que no abundan) cobran vida las canchas de fútbol de los tiempos pasados, se materializan imágenes difusas, y aunque nada indique que deba pasar. Pasa. No digo que a todo el mundo pero pasa.

No sé por qué extraño designio, cada tanto, en algún fin de semana con sol, (que no abundan) cobran vida las canchas de fútbol de los tiempos pasados, se materializan imágenes difusas, y aunque nada indique que deba pasar. Pasa. No digo que a todo el mundo pero pasa.

La Provincia de Buenos Aires, con sus ciudades tan iguales aun (como dijo alguien) en su antojada insistencia en diferenciarse, es el escenario, los actores de adolescencia mágica y magra a la vez, digamos mucha imaginación y poca plata.

Un club de barrio que había adoptado como camiseta la de Boca Juniors, lo que nos acarreaba amores y odios casi simétricos.

“Patita” Torres jugaba en tercera división, 9 de área, feroz, implacable, con las medias caídas, el pantalón gigante- no había de su talla- y una gambeta al estilo Ángel Clemente Rojas, en una baldosa dejaba a tres o cuatro rivales desparramados por el piso, y decían los que fumaban en las gradas de mareas de tres escalones barridas por el sol de las tres de la tarde, que no solo les quitaba la posición de defensa sino que también les borraba la identidad.

Confundidos los tipos, no recordaban ni su nombre, ni su documento. Así decían.

Mi posición en el campo era de wing derecho, condenado a correr por la línea, con un pase al vacío, correr con o sin pelota (la mayoría de las veces sin) y tirar el famoso “centro atrás” donde en el desparramo Patita, se los comía crudos. – Ahora dicen: abrir la cancha…-

No se conocía la vida de jugadores extranjeros en el exterior, nada más alejado de las siestas adormecedoras de los veranos de brea derretida en el asfalto.

El punto es que un día un equipo de México vino y se lo llevó a Patita a jugar en ese país. Contaban los que sabían que “la rompía” en un club de nombre irrecordable.

Lo volví a ver cuando ya transitaba los pasillos de la facultad en La Plata, lucía robusto y con la cara marcada como si fuera a cincel puro, dura la expresión, y de espaldas grandes. Por un momento pensé en acercarme, y nadie sabe porque no lo hice, y desapareció hasta hoy. Si, sin embargo vi al negro cuyo apellido me guardo en el alma, un “defensor central” clásico, cultor de la teoría pragmática de aquello de que “la pelota o vos” las dos cosas juntas, ni soñando.

El negro fatigaba una bicicleta de reparto, esas con un canasto gigante adelante, llevaba pan o algo así, botellas o sifones, no recuerdo bien. Quizás algo de su vida también.

Mi viejo y otros fanáticos de esa tercera división– campeona- a la postre de ese torneo, decía que Patita iba a llegar lejos, y llegó, nunca sabré qué tan lejos.

Tampoco uno sabe nada, lo cierto es que ningún club extranjero pidió por mí, y como todos luchamos cada día como sea para escapar no al final, sino al olvido.

En ese punto, Patita vuelve a sacar la ventaja ganadora del olfato destructivo de la ferocidad del goleador nato, gambeteó toda la realidad incomprensible por momentos que se transita, dejó desarmados a los problemas reales y hasta los imaginarios, y con la parte interna de esa monumental pierna izquierda, la metió en el ángulo. Allí en las alturas, donde no llega ningún arquero, ni siquiera Roma, que le digo ni Antonio Carrizo.

En el “rincón de las ánimas” como le dicen.

Así lo veo ahora mismo gritándome el gol en la cara, fundiéndonos en un abrazo, de camisetas desteñidas todas transpiradas y ese dulce aroma a gramilla en flor.

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